No hay nada que hacer. La decisión de Corea del Norte de realizar su segunda prueba nuclear el lunes puede llevarnos a consecuencias indeseables, si Corea del Sur y Japón concluyen que ya nada más se puede hacer para desnuclearizar a Pyongyang. Bajo esas circunstancias estaremos presenciando lo que muchos no quisieran ver: la carrera por el desarrollo de armas nucleares en Tokio y Seúl.
Kim Jong Il despertó al mundo el 23 de mayo con una prueba nuclear subterránea de 20 kilotones, una bomba casi del mismo tamaño con la que Estados Unidos borró del mapa a Nagasaki en 1945. En vista de la poca atención que recibió, el pasado lunes remató con el lanzamiento de dos misiles de corto alcance hacia el Mar de Japón. Si bien las pruebas no sorprendieron, sí alertó la magnitud de la prueba nuclear. Sabíamos que Pyongyang estaba realmente molesta por las críticas que recibió luego de su fallido lanzamiento satelital – que no fue otra cosa que la prueba de un misil intercontinental con capacidad de transportar ojivas nucleares.
Pyongyang no ha hecho otra cosa que demostrar que ya ha ingresado al selecto club de los portadores de armas nucleares y le ha recordado al mundo que puede defenderse y no precisamente con armas básicas o convencionales. Se suponía que el último recurso de Corea del Norte era una prueba nuclear. ¿Ahora qué sigue? ¿Un misil intercontinental que toque por un pelo a Estados Unidos, o un misil que por una desafortunada equivocación humana alcance poblaciones de Corea del Sur o Japón?
Kim Jong Il quiere el cortejo de Obama. No soporta que el líder más carismático del planeta no preste atención a sus pataletas, y que la recesión económica y la guerra en Afganistán lo oculten entre las noticias internacionales. Corea del Norte está acostumbrada a sentarse a negociar luego de poner al Oriente en pie de guerra. Es la única forma y lo sabe, de obtener jugosas concesiones económicas y diplomáticas que de paso le acepten su estatus nuclear. Corea del Norte también sabe que India y Pakistán también fueron condenados por sus pruebas nucleares y que al final eran demasiado poderosos como para no tenerlos en cuenta.
La situación con Corea del Norte se complica en la medida en que no existen medidas concretas que permitan un castigo ejemplar a Pyongyang mientras la opción militar continúe descartada por temor a un ataque directo a Corea del Sur y Japón. El ejército norcoreano no es cualquier bicoca. El quinto ejército más grande del mundo está compuesto por 1.1 millones de soldados, 180 mil fuerzas especiales, artillería pesada, y misiles de corto alcance e intercontinentales.
Una sanción más no impondrá mayor angustia a Pyongyang. Así que la mirada en la mesa se gira a Beijing que es, como lo habíamos comentado en otro artículo, el principal cooperador e inversionista en Corea del Norte. China nunca se atrevería a poner de rodillas a su vecino, sino es para anexarlo –escenario por ahora improbable. El gobierno chino no desea ver a miles de norcoreanos engrosando las filas de desempleados en su territorio, y mucho menos, desea ver una Corea del Norte inestable que se haga acreedora a una intervención de militar de occidente.
Aunque la gravedad de los hechos lo amerita, muchos apuestan a que no sucederá absolutamente nada con la decisión china. Me ratifico en el titular de mi anterior comentario sobre este mismo tema en el que me refería a que los ganadores de este tipo de situaciones son Corea del Norte y la misma China. Los rumores son cada vez más insistentes. Pyongyang comunicó con anticipación a Beijing su decisión sobre las pruebas nucleares. Si eso es cierto, no solo significa que los chinos fueron incapaces de controlar a los norcoreanos, podría también significar que Beijing prefirió quedarse callada y en cambio dejar notar la debilidad militar y diplomática de occidente. Un occidente atado militarmente por un dictador norcoreano, y atado diplomáticamente por la abstención de China y Rusia ante cualquier intento de castigar a fondo a Corea del Norte.
Los últimos acontecimientos traerán como consecuencia importantes y agrios debates sobre la necesidad de que otros países desarrollen sus propias armas nucleares. Corea del Sur desistió de su programa en la década de los 70 pero admitió a principios de 2000 haber realizado experimentos atómicos. Tokio se ha reafirmado en que no producirá, no poseerá y no permitirá la entrada de armas nucleares a su territorio. Sin embargo, no son pocos los que piensan que Japón debe replantear seriamente su política de defensa ante el cambio geopolítico mundial.
Japón y Corea del Sur siempre han estado bajo el paraguas defensivo de Estados Unidos.
Sin embargo, cada vez hay menos confianza hacia la capacidad de maniobra militar y diplomática de Washington. Apenas natural sería que los dos países traten de garantizar su defensa y así terminar con la hegemonía de Estados Unidos en Asia –desde luego, muy conveniente para China. La posibilidad de no tener a Estados Unidos como jugador en Asia pone a Taiwán a puertas de una invasión continental.