Las mujeres asiáticas no se están casando. Eso no solo lo sabemos quienes vivimos y viajamos constantemente por Asia, sino los demógrafos que por estos días se preocupan no solo por la gran cantidad de corazones solitarios que hay sino por una disminución importante en el índice de natalidad de algunos países, en donde Japón y Corea del Sur se llevan el campeonato.
El tema, ampliamente tratado en The Economist hace un par de semanas, analiza tendencias, incluye índices elaborados, y datos interesantes, todos enfocados a la bajísima tasa de natalidad que enfrentarán algunos países asiáticos y la tremenda situación demográfica que vive Japón. Dan por sentado que la tasa de natalidad decrece en consonancia con la reducción en el número de matrimonios que no se celebran por variadas razones: nivel de educación, dificultad para criar, mantener, y educar a sus hijos, la abrumadora desventaja de la mujer que decide dar a luz, y por último, la pavorosa perspectiva de casarse con un sensual príncipe o con una hermosa princesa con quien se termina siendo hermano, en el mejor de los casos. Sin embargo, el semanario evita mencionar que en algunos países la falta de sexo es un factor determinante.
Irónicamente, en Japón, un país donde la pornografía abunda, la poquísima frecuencia del sexo entre parejas establecidas se ha convertido en un tabú, y más aún en una peligrosa costumbre social. Una investigación de 2006 hecha por el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar junto con la Asociación de Planificación Familiar encontró que más del 34% de las parejas jóvenes casadas podían ser clasificadas como sexualmente inactivas o “sexless”, es decir, parejas que tienen relaciones sexuales menos de una vez al mes.
La gran mayoría de los encuestados respondía que antes del matrimonio su vida sexual era mucho más activa. Los investigadores concluyeron entonces que la llegada de los hijos afecta la relación, pero no se atrevieron –aunque lo intentaron - poner el dedo en la llaga del sistema japonés que hace de sus samuráis corporativos unos verdaderos adictos al trabajo pero fracasados de alguna forma en su vida familiar, afectiva y sexual.
No pudieron imaginar entonces, que es imposible pedirle a una pareja que llega exprimida luego de un día duro de trabajo que tenga tiempo para el sexo. Tampoco, se les ocurrió que es improbable que una mujer intime con un hombre al que apenas ve dormir y descansar los fines de semana, y al que para colmo de males, hay que servirle como si se tratara de su propia madre. Para muchas parejas japonesas el sexo se ha convertido más en una obligación que en un acto saludable que se practica absolutamente por placer. Me atrevería a asegurar que muchas parejas incluso han perdido la capacidad seducción, es decir, es tanta la lejanía con su pareja que al final no saben aproximarse uno al otro.
En 2005, Durex, la empresa más importante del mundo en producción de condones, entrevistó a 317000 personas de 41 países sobre sus hábitos sexuales. La encuesta encontró que los japoneses eran los de peor índice de relaciones sexuales en el mundo, con tan solo 45 cópulas al año, muy por debajo de Singapur que ocupaba el segundo deshonroso lugar y mucho más allá del promedio mundial de 103 veces al año, es decir, dos veces por semana. Tan solo un 24 por ciento de los japoneses se consideró entonces, sexualmente satisfecho, de nuevo, muy por debajo del 44 por ciento mundial.
Los resultados de la más reciente encuesta Durex, fueron mucho más preocupantes. Entre los 26 países participantes, Japón de nuevo fue el de peor desempeño con resultados muchos más bajos que los anteriores. Solo el 15 por ciento se consideraba sexualmente satisfecho, y solo el 34 por ciento sostenía encuentros sexuales una vez por semana.
Semejantes índices tan bajos dan mucho para pensar. O en los otros países encuestados están “chicaneando” ** [bien probable en el increíble 82 por ciento de encuestados en Brasil que dicen tener sexo una vez por semana], o Japón se ha acostumbrado a ver de forma natural y muy descarnada su desconcertante frecuencia de encuentros sexuales.
Esa apatía por el sexo, esa que las autoridades y los mayores prefieren no mirar, en últimas será la culpable de una reducción mucho más drástica en la natalidad. Ya es tarde incluso para esta última generación de hombres, que se consideran “herbívoros” como lo explicaba en un escrito anterior, que ven cómo los mayores se casan porque buscan una mujer que trabaje fuera, trabaje en casa, cuide hijos, y espere. Es tarde también para esta última generación de mujeres que no ve la necesidad de casarse porque simplemente se aterran al verse en el espejo de sus madres.
Permítanme dejar al aire una pregunta, ¿usted chicanea?
**Chicanear: definición.