domingo, 11 de septiembre de 2011

9/11: La batalla que ganó Bin Laden y que perdimos todos.


Rob Tornoe, Philladelphia Enquirer
 10 años han pasado desde los ataques suicidas al World Trade Center en Nueva York y mirando en retrospectiva no es difícil llegar a la conclusión de que a pesar de la muerte de Osama Bin Laden a principios de este año, el líder de al-Qaeda ganó una particular batalla y logró acelerar el declive de Estados Unidos como potencia mundial, y acercarlo al colapso económico.

A estas alturas la gran mayoría, salvo contadas excepciones, cree que la administración Bush fue demasiado lejos en su deseo de venganza y que las consecuencias las seguimos pagando hasta nuestros días. A partir de ese momento ha prevalecido la política de incrementar gastos militares, y acciones militares unilaterales contra cualquier posible amenaza. La punta de lanza, por supuesto estaba en Irak, en cabeza de Saddam Hussein. Seguida del aplastamiento de los talibanes en Afganistán, relacionados de cierta forma con Bin Laden y otros líderes de al-Qaeda.

La guerra en Irak, y el consecuente desvío de importantes recursos militares y de inteligencia a un frente diferente al de Osama Bin Laden, actualmente se percibe como una de las decisiones más desastrosas en términos de política internacional. Bush terminó de tajo el apoyo y la solidaridad mundial generada luego de la tragedia del 9/11, y le hizo creer al mundo musulmán de que la guerra era contra el Islam. Fue el escenario perfecto para legitimar a los talibanes ante los ojos de millones de creyentes que se volcaron en una guerra santa que hoy le cuesta a Estados Unidos US$10 mil millones de dólares mensuales en Afganistán.

Mi buen amigo, el recientemente asesinado periodista paquistaní Saleem Shazad, argumentaba que Estados Unidos había caído en la trampa de Bin Laden, quien aseguraba que los diez años de ocupación rusa en Afganistán habían contribuido enormemente al colapso de la Unión Soviética y que Estados Unidos no estaba exento del mismo futuro.

En un video de 2004 Bin Laden decía: “Nosotros, junto con los mujaidines, desangramos a Rusia por 10 años hasta que quebró y tuvo que retirarse derrotada. Continuaremos esta política para desangrar a América hasta que llegue a la bancarrota. Lo que hay que hacer es enviar a dos mujaidines al lugar más lejano y levantar un pedazo de tela en el que diga ‘al-Qaeda’, para provocar una estampida de generales que causan sufrimiento humano, económico, y pérdidas políticas sin ningún tipo de beneficio salvo algunos para sus corporaciones privadas”. Así, tal cual, se gestó el actual desgaste económico aunado al derrumbe moral de Washington ante las contundentes imágenes de Abu Grahbib, por no mencionar casos puntuales en Falluyah y en otras latitudes que causaron indignación internacional. Eso, por supuesto, sin el conteo de soldados caídos en combate o en atentados suicidas que van directo la conciencia colectiva de los estadounidenses.

Tal como Bin Laden lo dijo, Washington despachó sus fuerzas representadas en hombres, misiles y drones a todos los puntos donde se levantaba la bandera real o suplantada de al-Qaeda, no es sino recordar resultados poco halagueños en Yemen y Somalia.

A hoy, se estima que Washington ha gastado de US$3 trillones a US$4,4 trillones en la guerra mundial contra el terror abriendo así un enorme agujero fiscal que ha contribuido a arrastrar a Estados Unidos al filo de la bancarrota. Cuando todos pensaron en Obama como un gran pacifista, se estrellaron con otro presidente que dobló el pie de fuerza en Afganistán hasta llegar a 100,000 soldados, a medida que retiraba personal de Irak. El actual presidente estadounidense, con todo y su carisma, no ha podido revertir esa especie de erosión internacional que aqueja a los Estados Unidos.

Richard Clark, un funcionario de alto rango, experto en seguridad nacional que advirtió a la Casa Blanca meses atrás de los ataques del 9/11 sobre una operación de enormes proporciones en territorio estadounidense, resumió en pocas palabras la estrategia de al-Qaeda para la batalla: “nosotros actuamos en el campo de nuestro oponente, haciendo precisamente lo que ellos querían que hiciéramos, respondiendo de formas que ellos mismos habían plantado para provocarnos, dañando nuestra economía y alienando la mayor parte del Medio Oriente”.

Osama Bin Laden ganó así sea difícil reconocerlo. Logró hacernos sentir más vulnerables en cualquier parte del mundo, hacer miserables nuestros viajes y tránsitos por los aeropuertos. Pudo a través de sus actos satanizarnos a todos por atender  un dictado diferente al del Corán, nos puso a dudar sobre cada musulmán que se cruza en el camino. Dió la excusa perfecta para que en nombre del terrorismo se vulneraran la dignidad y los derechos humanos, y comprometió seriamente esa libertad personal de la que tanto se jacta occidente.

Bin Laden, no solo secuestró dos aviones con el ánimo de recordarnos que el terror no solo existe en las películas.  Al final el líder de al-Qaeda secuestró para siempre parte de la cultura occidental.