Sumergirse en Myanmar, como se le conoce a la antigua Birmania, es devolverse en el tiempo de América Latina por lo menos unos cuarenta años, en términos de desarrollo. La Junta Militar y el embargo occidental no han hecho sino empeorar las cosas. Es hora de levantar las sanciones económicas contra Myanmar, así Daw Aung San Suu Kyi – la líder opositora recién liberada de su arresto domiciliario – y otros grupos en el exilio se opongan. En un país tan empobrecido, por lo menos de título, a pesar de sus inmensas riquezas naturales representadas en gas y en piedras preciosas, cuajó una corrupción de altísimo nivel amparada por las sombras del “gran enemigo occidental”.
No cabe ninguna duda que cualquier intento de provocar una revolución popular será aplastada con la misma fuerza que soportaron la rebelión de 1988, y posteriormente la de 2007 encabezada por monjes que cruzando las montañas desafiaron a la Junta Militar (desarollada en este blog como el "Levantamiento de las túnicas rojas"). Así que la única opción que aparentemente tienen los birmanos es la de la paciencia.
Las sanciones fallaron, eso tiene que reconocerlo el gobierno Obama que se empeña en mantenerlas. En cambio, lograron alimentar en los militares una paranoia anti occidental que ha servido perfectamente a sus intereses por cuanto han creado un enemigo imaginario poderoso. Las sanciones han puesto a Myanmar en la boca de China, que se acerca a pasos agigantados y no precisamente preocupada por la situación de los birmanos de a pié.
Las sanciones de viaje impuestas a los familiares de los generales birmanos y a otros con supuestos lazos con los militares los han privado de contactos con el extranjero y de la educación suficiente que podría significar un cambio paulatino desde la misma cúpula. Es decir, tenemos un país inmenso, riquísimo pero con líderes a futuro pobrísimamente preparados.
Las sanciones comerciales al parecer se evitan facilmente y no es raro encontrar en las calles de Tokio, de Seúl, o de Beijing, artículos de cuero birmanos de primera calidad. Muchas de las empresas de Myanmar tienen corresponsales en otros países asiáticos, así pues que la reserva de un hotel se puede hacer sin problemas a través de servidores internacionales reconocidos. En cambio, la falta de inversión extranjera ha afectado directamente el desarrollo y el bienestar de la población general.
Las elecciones pasadas, no reconocidas por muchos países, dejaron ver que se asoman las fisuras entre los militares. Otras voces de oposición se dejaron sentir, y la misma Aung San Suu Kyi parece haber perdido liderazgo. Muchos birmanos la ven terca y más preocupada por la letra menuda de la constitución que por el bienestar económico de su país. La ven simplemente como la apuesta de Estados Unidos, aunque ella misma haya dicho no estar interesada en la presidencia.
La nueva constitución que se pondrá a prueba el próximo año en Myanmar con las elecciones presidenciales, poco cambiará las cosas, pero por lo menos permitirá el debate. La nueva carta magna dice que el gobierno estará en manos de un presidente elegido por el órgano legislativo. Hay quienes dicen que una vez los generales se conviertan en ministros serán más libres para proponer y desarrollar políticas hasta ahora imposibles de formular por cuanto deben ser aprobadas por los 10 máximos generales. Incluso, es bastante posible que dentro de las asambleas legislativas aparezcan empresarios, que aunque nadie niega que tienen conexiones con el régimen militar, entienden que bajo el actual sistema es imposible generar algún tipo de mejora para los tremendamente empobrecidos birmanos.
Mientras no lleguen, gracias a las sanciones, préstamos y ayudas del Banco Mundial o del Banco para el Desarrollo de Asia, no hay nada que hacer. En un país donde ni siquiera existe el término de “presupuesto nacional”, las ganancias del gas y de otros recursos van directamente a la construcción de una nueva capital, Naypydaw, y de preciosas casas a las afueras de Yangon, mientras que la pobreza abunda en zonas visibles al extranjero. Es de suponer que las más miserables no están al alcance de los turistas.
Es urgente la apertura. Es increíble que mientras la gran mayoría de birmanos carece de un fluido eléctrico constante, se estén construyendo represas de generación eléctrica para venderle a China. Mantener las sanciones solo permitirá que las ganancias de todo lo que se venda reafirmen el poder de Than Shwe, de 77 años y de sus posibles sucesores porque no tendrán a quien rendirle cuentas. Solo abriendo las puertas otros verán que también hay oportunidades para ellos.
Myanmar no es muy diferente al Vietnam que conocí hace casi un par de décadas. Su desarrollo será lento, doloroso, pero posible. Entre más contacto exista entre Myanmar y el exterior – académicos, negocios, artistas, políticos, periodistas y turistas que lo visiten – más fuerte será el ímpetu para el cambio. El embargo, y eso debería saberlo el Presidente Obama después de muchas décadas perdidas con Cuba, solo alimenta las disculpas de las dictaduras para mantener su pueblo dominado, empobrecido, y ajeno a sus propias perspectivas.
Para terminar, déjenme decirles que veo a Myanmar como el “hot spot” del turismo dentro de cinco años, quizá un poco antes. Un país precioso que vale la pena conocer aún con todas sus limitaciones y restricciones. Cualquier cosa que yo diga, es poca.
Fotografía: Estado de Shan, Lago Inle.