Cuando el nuevo Primer Ministro de Túnez Mohammed Ghannouchi anunció un gobierno temporal compuesto por diferentes facciones luego de la renuncia del presidente Zine el-Abidine Ben Ali, no imaginó que las protestas continuarían, y que la llamada “Revolución de los Jazmines” se extendería hasta Egipto. El caos continúa y la pérdidas causadas no más en el turismo deben ser astronómicas.
Pronto, Túnez se convirtió en el espejo de otros países del mundo árabe y las protestas se han tomado Algeria y Egipto, considerado la cabeza del Medio Oriente. El objetivo, siguiendo el ejemplo tunecino, es derrocar al Presidente Hosni Mubarak y terminar con los treinta años de su gobierno.
Tanto en Túnez como en Egipto, todo parece haberse gestado en un movimiento puramente popular sin participación de la oposición, ni de grupos extremistas. Sin embargo, otros hechos aislados parecieran dar otra lectura. Mientras, han afinado las antenas los ideólogos de al-Qaeda que por ahora han asegurado que se mantienen y se mantendrán lejos del problema. Confían, según algunos informes que se cuelan en los despachos internacionales, que el caos se acentúe porque ni en Egipto, ni en Túnez, ni en el Medio Oriente en general, existe una fuerza política reconocida que sea una alternativa satisfactoria.
Según el análisis de Stratford, al-Qaeda está simplemente esperando a que el caos y el cambio repentino hayan debilitado el aparato estatal suficientemente para ir penetrando poco a poco, tal como lo hizo en su momento como Somalia, Irak y Afganistán.
Shazad, un curtido analista con profundas conexiones en Pakistán, citando un militante islámico de alto rango, ha dicho que al-Qaeda no juega ningún papel bajo estas circunstancias porque es una situación preeliminar. Asi pues, el grupo dejará que la agitación continúe y se involucrará en la próxima etapa, cuando la confusión y el descontento lleguen a su climax y el sistema literalmente colapse. Es en ese momento, según Shazad, en el que al-Qaeda propondrá planes y estrategias.
Lejos de ser un tema que se limite a los países árabes, y específicamente a Egipto con 80 millones de habitantes, tiene repercusiones mundiales si no inmediatas sí a corto plazo y en un delicadísimo periodo económico en el que se espera recuperación. Egipto es el aliado más importante de la Unión Europea y Estados Unidos en la región pero también base de grupos ultra radicales islámicos. Solo existen dos opciones, o se democratiza un poco más, o literalmente cae en manos de islamistas que si bien no podrán tener un discurso extremo al inicio, sin duda lo irán fortaleciendo una vez estén en el poder.
Mientras en Egipto la familia de Mubarak se refugia en el extranjero, en Túnez hace su aparición Rashid al-Ghannusi, un líder islámico en el exilio que ha suavizado su discurso asegurando que su intención es introducir un islam moderado, siguiendo el modelo de Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan.
Ante este panorama, Sudan ha reaccionado y ha arrestado a un reconocido líder islámico luego de que amenazara con provocar el mismo fenómeno que derrocó al gobierno tunecino. En Jordania, la familia real teme ante las protestas que se ven por las calles de Ammán y las proyecciones para los próximos días son realmente confusas.
El Medio Oriente, al estar dominado por regímenes casi vitalicios, carece de líderes que traduzcan las protestas en cambios reales. En la oposición, las facciones y las luchas internas han dividido sectores importantes de opinión, así que a la hora de la verdad es un “futuro vacío”, como lo entiende al-Qaeda. El temor que existe es que para lograr reencausar aquellos países, haya que presenciar un retroceso en la democratización árabe. Es decir, la llegada de gobiernos completamente autoritarios que no significarán ni remotamente un mejoramiento en la calidad de vida o un cumplimiento de las expectativas de todos aquellos que se volcaron a las calles.
Hay algo que llama poderosamente la atención. La coordinación o la coincidencia previa a los acontecimientos actuales en países tan distantes como Nigeria, Egipto e Iraq, justo después de que al-Qaeda hiciera pública una amenaza contra los coptos, como se les conoce a los cristianos egipcios. Algo de enormes proporciones se puede estar gestando ante el “desconocimiento” total de las organizaciones de inteligencia egipcia que se han encargado de reprimir toda expresión radical islámica. La ocasión es perfecta: en el país más importante del mundo islámico la sucesión se acerca. Mubarak está muriendo de cáncer y su hijo Gamal, quien ha sido designado como su sucesor, no solo no tiene el peso político sino que ha causado resistencia entre las filas militares que apoyan a su padre. Hoy, podríamos estar presenciando el resurgimiento peligroso del radicalismo islámico con sus catastróficas consecuencias.
(Foto: M Farook786)