No lo digo yo. Lo dicen los integrantes de Comité de Moscú para las Artes Monumentales, que están pensando en deshacerse del único monumento que queda de Karl Marx en el espacio público moscovita. La estatua es como otras de su especie, inmensa, de granito y con una inscripción que dice “Trabajadores del mundo, uníos”.
Los argumentos son de lo más variados, y el más simplista pero el que más se escucha es que Marx, el filósofo alemán, creador del comunismo, nunca puso un pie en Moscú. Otros dicen que su presencia en Moscú es simplemente perturbadora. Lo cierto es que muchos en esta nueva Rusia, lo quieren fuera de las inmediaciones del histórico Teatro Bolshoi.
La cabeza de Marx probablemente rodará como la de muchos otros de su época en medio de la guerra que libran las nuevas repúblicas del Este y Rusia por modernizar su historia y adecuarla a las necesidades ideológicas del presente. En Tallin, Estonia, una efigie de soldados en bronce fue removida porque era considerada un símbolo de la opresión soviética. De paso, los huesos de los soldados que descansaban bajo ella, fueron enviados a un cementerio lejano. Rusia protestó, las minorías rusas salieron a la calle, y no importó.
En Georgia, actualmente se gesta la caída de Joseph Stalin. El 70 por ciento de los habitantes de Gori –cuna de Stalin- están de acuerdo con que la imagen del ex líder comunista debe pasar a mejor vida, y no precisamente en un rincón del Museo de la Ocupación Soviética. Muchos opinan que debe ser triturada y vendida por chatarra. Algunos se adelantaron al deseo. La imagen fue atacada con decenas de baldes de pintura roja que ha sido muy difícil borrar.
Lo cierto es que detrás de la idea de acabar con la estatua de Marx parecieran haber precisamente otros intereses republicanos. Los más leídos columnistas de la agencia de noticias Novosti opinan que, debido a la crisis económica actual, las ideas de Marx se asoman tímidamente por la escena rusa y que el gobierno no está dispuesto a que el barbudo comunista inspire a las masas a otra revolución como la ocurrida en 1905.
Cuenta Dmtry Shlapentokh, Profesor de Historia de la Universidad de Indiana del Sur, que no hace mucho, en un programa de televisión, un panelista que exponía sobre el espinoso tema de la estatua de Marx, sugirió que la gente debía salir a las calles a defender sus derechos. No pasaron muchos segundos cuando el moderador del programa intervino la idea y rápidamente pasó a un corte comercial.
Los observadores temen que actualmente en el Kremlin se esté desarrollando un proyecto ideológico que parte del mandato del ex presidente Vladimir Putin. Los mayores recuerdan con humillación el colapso de la Unión Soviética y los jóvenes no quieren saber de ella. Los jubilados aseguran que Mikhail Gorbachev y Boris Yeltsin deberían ser juzgados por traición a la patria aduciendo que Rusia se desmorona. Los jóvenes están con los dos anteriores, y se deslumbran con Putin.
Lo irónico de todo este proceso es que las autoridades están a favor de remover la estatua de Marx pero han venido reinsertando paulatinamente la figura del que quizá termine desterrado de Gori, en Georgia. Pareciera que a oídos de los que mandan, el nombre de Stalin suena mejor que el de Marx.
Los argumentos son de lo más variados, y el más simplista pero el que más se escucha es que Marx, el filósofo alemán, creador del comunismo, nunca puso un pie en Moscú. Otros dicen que su presencia en Moscú es simplemente perturbadora. Lo cierto es que muchos en esta nueva Rusia, lo quieren fuera de las inmediaciones del histórico Teatro Bolshoi.
La cabeza de Marx probablemente rodará como la de muchos otros de su época en medio de la guerra que libran las nuevas repúblicas del Este y Rusia por modernizar su historia y adecuarla a las necesidades ideológicas del presente. En Tallin, Estonia, una efigie de soldados en bronce fue removida porque era considerada un símbolo de la opresión soviética. De paso, los huesos de los soldados que descansaban bajo ella, fueron enviados a un cementerio lejano. Rusia protestó, las minorías rusas salieron a la calle, y no importó.
En Georgia, actualmente se gesta la caída de Joseph Stalin. El 70 por ciento de los habitantes de Gori –cuna de Stalin- están de acuerdo con que la imagen del ex líder comunista debe pasar a mejor vida, y no precisamente en un rincón del Museo de la Ocupación Soviética. Muchos opinan que debe ser triturada y vendida por chatarra. Algunos se adelantaron al deseo. La imagen fue atacada con decenas de baldes de pintura roja que ha sido muy difícil borrar.
Lo cierto es que detrás de la idea de acabar con la estatua de Marx parecieran haber precisamente otros intereses republicanos. Los más leídos columnistas de la agencia de noticias Novosti opinan que, debido a la crisis económica actual, las ideas de Marx se asoman tímidamente por la escena rusa y que el gobierno no está dispuesto a que el barbudo comunista inspire a las masas a otra revolución como la ocurrida en 1905.
Cuenta Dmtry Shlapentokh, Profesor de Historia de la Universidad de Indiana del Sur, que no hace mucho, en un programa de televisión, un panelista que exponía sobre el espinoso tema de la estatua de Marx, sugirió que la gente debía salir a las calles a defender sus derechos. No pasaron muchos segundos cuando el moderador del programa intervino la idea y rápidamente pasó a un corte comercial.
Los observadores temen que actualmente en el Kremlin se esté desarrollando un proyecto ideológico que parte del mandato del ex presidente Vladimir Putin. Los mayores recuerdan con humillación el colapso de la Unión Soviética y los jóvenes no quieren saber de ella. Los jubilados aseguran que Mikhail Gorbachev y Boris Yeltsin deberían ser juzgados por traición a la patria aduciendo que Rusia se desmorona. Los jóvenes están con los dos anteriores, y se deslumbran con Putin.
Lo irónico de todo este proceso es que las autoridades están a favor de remover la estatua de Marx pero han venido reinsertando paulatinamente la figura del que quizá termine desterrado de Gori, en Georgia. Pareciera que a oídos de los que mandan, el nombre de Stalin suena mejor que el de Marx.
El mes pasado los liberales rusos se sorprendieron cuando la administración de Moscú develó la restauración de Kurskaya, una de las estaciones más emblemáticas de la capital rusa. En la renovada estructura de 1950, reaparecieron detalles ocultados durante el régimen soviético, incluyendo una frase en honor a Stalin, que hacía parte de una de las primeras versiones del himno soviético: “Stalin nos enseñó a ser leales a la patria, nos inspiró en el trabajo y en las grandes empresas”. El eslogan que veían los moscovitas hasta hacía pocos meses, era uno de Lenin, hábilmente superpuesto.
El líder del partido liberal ruso Yabloko, Sergei Mitrokhin, decía en una entrevista a la AFP, que percibía una campaña del estado para rescatar la imagen de Stalin y aumentar los sentimientos patrióticos. Para la muestra, argumenta, no es gratuito que bajo el gobierno de Putin hubiera resucitado el himno nacional de la época estalinista, aunque con nueva lírica.
En las aulas de secundaria también se han rescatado libros antes prohibidos como “Archipiélago Gulag”, de Alexander Solzhenitsyn, Prémio Nobel de Literatura en 1970 y exiliado en Estados Unidos a partir de 1975. La obra, que fue la primera denuncia publicada a gran escala, trata sobre los abusos sistemáticos del poder soviético.
Entre tanto, la discusión continúa y se ha acentuado más luego de que Sergey Perfilyev, ex presidente del Comité para las Artes Monumentales de Moscú, sugiriera que para reemplazar a Marx, considerado una figura no histórica, debería erigirse una estatua de bronce del ex presidente Vladimir Putin. Pocos están de acuerdo.
El líder del partido liberal ruso Yabloko, Sergei Mitrokhin, decía en una entrevista a la AFP, que percibía una campaña del estado para rescatar la imagen de Stalin y aumentar los sentimientos patrióticos. Para la muestra, argumenta, no es gratuito que bajo el gobierno de Putin hubiera resucitado el himno nacional de la época estalinista, aunque con nueva lírica.
En las aulas de secundaria también se han rescatado libros antes prohibidos como “Archipiélago Gulag”, de Alexander Solzhenitsyn, Prémio Nobel de Literatura en 1970 y exiliado en Estados Unidos a partir de 1975. La obra, que fue la primera denuncia publicada a gran escala, trata sobre los abusos sistemáticos del poder soviético.
Entre tanto, la discusión continúa y se ha acentuado más luego de que Sergey Perfilyev, ex presidente del Comité para las Artes Monumentales de Moscú, sugiriera que para reemplazar a Marx, considerado una figura no histórica, debería erigirse una estatua de bronce del ex presidente Vladimir Putin. Pocos están de acuerdo.
Las autoridades rusas consideran que el asunto es más simple de lo que plantean los opositores como una lucha ideológica. No se trata de revivir a Stalin. Se trata de recuperar una buena parte de la historia robada por cuenta del sistema de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, que entre otras cosas -agregan- se gestó en el extranjero.