sábado, 26 de septiembre de 2009

AEROPUERTOS: Las secuelas de un atentado en Arabia Saudita.

Un atentado suicida ocurrido el 28 de agosto, contra el Príncipe Mohammed Bin Nayef, jefe de los servicios de seguridad de Arabia Saudita en Jeddah, ha dejado pensativos a los expertos en seguridad de aeropuertos que tendrán que imaginar y desarrollar la fórmula correcta para explorar las partes más íntimas del cuerpo de los viajeros. No habrá cómo resistirse, será un paso más en la seguridad aérea.

El método, utilizado durante décadas por los traficantes de drogas y por los contrabandistas en las prisiones, ha mutado en el peligroso mundo de Al-Qaeda, en la forma de dispositivos explosivos improvisados, conocidos en la jerga de seguridad como IED, por sus siglas en inglés. Por primera vez en la historia el terrorista no llevaba la bomba pegada a su cuerpo, la llevaba dentro de su cavidad anal

La novedosa estrategia, por lo menos en lo que conocían los expertos del mundo de los fanáticos suicidas, enciende las alarmas. Argumentan que un explosivo, por pequeño que sea, escondido en cualquier cavidad del cuerpo humano se convierte en una táctica infalible para el asesinato.

Abdullah Hassan Tali al-Asiri, de 24 años, se convirtió en el arma perfecta. Se trataba de un terrorista incluido en la lista de los más buscados de la península árabe, que fingió un completo arrepentimiento de su pasado criminal. Tali Al-Asiri, que en principio se escondía en Yemen, entró en Arabia Saudita, y logró burlar todos los controles de seguridad de aeropuertos en su ruta a Jeedah.

El militante, que insistía ver al príncipe durante el día de ayuno en el mes del Ramadán para demostrar su entrega oficial a las autoridades saudíes, pasó sin ningún problema varios anillos de seguridad dispuestos en la oficina del czar del contra terrorismo saudí. Una vez frente a frente, y luego de un corto intercambio de saludos, la bomba fue detonada al parecer desde un celular que el mismo militante activó, fingiendo una llamada a otro posible arrepentido.

Luego de los impactantes atentados del 9/11 en Nueva York, los terroristas han comenzado a probar nuevas estrategias y han obligado a los aeropuertos a ajustar las propias. No es si no recordar que el vuelo de American Airlines 63 estuvo a punto de ser explotado por un suicida que llevaba una bomba en sus zapatos.

Tampoco hay que olvidar la génesis del uso de los IED en atentados terroristas. Se trata del escalofriante proyecto Bojinka, que pretendía hacer explotar coordinadamente once aviones –aproximadamente 4000 pasajeros-, en rutas de Asia a Estados Unidos. La idea, en aquel momento, era llevar dentro del equipaje de mano, muñecos cargados de nitrocelulosa, que a su vez serían conectados a una fuente de energía camuflada en un reloj de pulsera. El artefacto fue armado y puesto a prueba por los terroristas durante el vuelo 434 de las Aerolíneas Filipinas en su ruta de Manila a Tokio. La explosión mató a un pasajero y provocó serios daños en la aeronave que pudo aterrizar de emergencia en Okinawa.

Al parecer, la idea era causar más destrucción. Fue así como los expertos le siguieron la pista a otra táctica que pretendía ingresar en las aeronaves peróxido de acetona dentro de botellas que aparentaban contener líquido para lentes de contacto. Afortunadamente todo quedó al descubierto cuando uno de los terroristas provocó un incendio en su apartamento cuando preparaba la fórmula.

Pero el hidratante para lentes de contacto tampoco fue de su agrado, así que en 2006 los terroristas decidieron que los recipientes ideales eran inocentes botellas de zumos y colas que serían inyectados con una mezcla explosiva sin necesidad de remover el sello de seguridad del empaque. La idea entonces era hacer explotar 10 aviones que volaban desde el Reino Unido hacia Estados Unidos y Canadá. El plan fue develado cuando la policía británica, que llevaba meses de infiltrada en el grupo, tuvo que intervenir ante la orden inminente de ataque.

Así pues que en seguridad aérea, nada es gratuito. Cada sacrificio está bien documentado y no se trata de un capricho de las autoridades de determinado país. Zapatos, cinturones, chaquetas, computadores portátiles, líquidos, al parecer todo es susceptible de ser empleado para ingresar a las naves sustancias peligrosas. Y aunque uno se pregunta si no se tratará de simple paranoia, tampoco se puede desconocer que una pinza en manos especializadas no sirve solamente para depilarse las cejas.

A la luz de reciente atentado en Arabia Saudita , vale la pena preguntarse cuál será la próxima medida en aras de la seguridad aérea. Todas parecen ir un poco más allá. Los expertos aseguran que la nueva modalidad impone un reto sin precedentes en el personal encargado de la seguridad, porque incluso los nuevos y súper avanzados aparatos de imágenes que funcionan en los grandes aeropuertos, especialmente en los aeropuertos de Estados Unidos, a cargo de la TSA, tienen limitaciones para detectar trazas de explosivos dentro del cuerpo humano.

Las agencias de seguridad son concientes en que es muy difícil controlar absolutamente todo lo que entra a una nave. Incluso en las prisiones, donde el procedimiento es mucho más invasivo que en un aeropuerto, los reos se las ingenian para introducir armas, celulares y narcóticos. Es por eso que tendrán las autoridades que mejorar los métodos y las tácticas para localizar no solo una bomba en el equipaje, sino al criminal que la lleva dentro de su cuerpo. Los viajeros tendremos que ajustarnos más a las incómodas rutinas de seguridad, que sin duda levantarán ampolla entre quienes insisten en que todavía tenemos derecho a algo de nuestra intimidad.
Foto: Abdullah Asiri (daylife.com)