Las putas de cualquier edad siempre llaman la atención, y no precisamente por su belleza sino por putas. Por ese morbo que despierta la palabreja que ha pasado de la descripción al calificativo. No es más sino hablar con un colombiano, para descubrir que “pasarla del putas” no significa precisamente ir a una casa de lenocinio. En el caso de García Márquez el título le dio vuelo a un libro que si para muchos fue brillante, para otros fue una mala copia.
La filmación en México del libro de Gabriel García Márquez, “Memorias de mis Putas Tristes” –publicado en 2004- ha levantado ampolla. La periodista mexicana Lydia Cacho, acusó a Gabo de avalar ideológicamente “una apología a la trata de niñas”. El asunto pasó rápidamente de la acción a las palabras. La Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina anunció que tiene previsto demandar no solo al escritor, sino a los productores de la cinta. La película se rodará en Puebla, será dirigida por el danés Henning Carslen, y coproducida por Televisa, Femsa, y los gobiernos de España y Dinamarca. El guión corre por cuenta del francés Jean Claude Carriére.
En el libro, Gabriel García Márquez parece hablar de los recuerdos de su abuelo Nicolás y de las prostitutas que frecuentaba en un prostíbulo barranquillero, con ínfulas de cabaret francés, “El Molino Rojo”. Las páginas del libro nos llevan por los pensamientos íntimos de un anciano de 90 años cuyo último deseo es tener acceso carnal, que no relaciones sexuales, con una jovencita virgen. Le consiguen una de 14 años, a la que drogan en el burdel para que él la contemple y tenga su soñado placer. Al final, decide no tocarla porque se enamora.
La idea no era para nada novedosa, ni macondiana. Antes que García Márquez, el japonés Yasunari Kawabata, Premio Nobel de Literatura en 1968 había escrito una novela muy parecida, que en su momento fue vendida bajo la noble causa de “explorar la importancia del sexo en la ancianidad”.
Si la de García Márquez se llama “Memorias de mis Putas Tristes”, la del elegante Kawabata se llama “La Casa de las Bellas Durmientes”. En ésta, un grupo de venerables ancianos pagan un buen fajo de billetes para que les dejen ver dormir, cada noche, a las niñas más hermosas del pueblo, desnudas y narcotizadas. Los personajes de Kawabata, como el anciano de García Márquez, no las acceden, solo las ven dormir.
Y es que García Márquez desde antes ya le tenía puesto el ojo a Kawabata. No es sino recordar el libro de “Doce Cuentos Peregrinos”, y leer el cuento de “El avión de la Bella Durmiente” para caer en cuenta que las durmientes japonesas, podrían ser la musa de las dos durmientes de Gabo.
La prensa fue particularmente generosa con Gabo en aquel entonces. Alvaro Mutis decía que “Memoria de mis Putas Tristes” era “absolutamente original” y un ejemplo de “la magnífica invención literaria” del escritor colombiano. Vale preguntarse si cuando hablamos de Premios Nobel, no se trata de copias sino de tributos póstumos. Otra cosa hubiera sucedido si Kawabata no se hubiera suicidado en 1972. Si estuviera vivo, quizá hubiera reclamado la paternidad de algunas ideas del Nobel colombiano.
Lo cierto es que, independientemente de las consideraciones literarias y de la libertad de expresión, Lydia Cacho tiene razón cuando dice que “Ese argumento lo hemos escuchado de cientos de pedófilos que buscaban niñas de entre 13 y 14 años para violarlas. Pedófilos que pagaron – como en la novela de García Márquez y en la del mismo Kuwabata - porque alguien las secuestrara, comprara y vendiera”.
¿Hasta qué punto esa exploración íntima literaria de los deseos sexuales de los ancianos por jóvenes menores, no cae dentro de la incitación a la pedofilia, o a la justificación de conductas sexuales por cuenta de una condición física? No hay diferencia entre los ancianos de Kuwabata, el anciano de Gabriel García Márquez y Roman Polanski, por lo menos en sus deseos. De otra parte, sería absurdo pretender que todos los géneros artísticos se circunscriban a lo políticamente correcto. Si fuera así, tendríamos que comenzar a vetar todas las películas de Hollywood por aquello de la apología a la violencia, al narcotráfico, al tráfico de armas y otros crímenes tan horrendos como la pedofilia.
Sin embargo, y para sorpresa de muchos, sobre el espinoso tema de la pedofilia, otra cosa piensa El Vaticano. El mes pasado, Silvano Tomasi luego de una reunión del Comité de Derechos Humanos de la ONU, decía –refiriéndose a los sacerdotes- que la relación sexual con menores no constituía un caso de pedofilia sino de efebofilia, que define las relaciones sexuales con adolescentes entre 11 y 17 años. Con semejante definición, quedarían exculpados de la horrible acusación de pedofilia Polanski, los sacerdotes y cualquier otro adulto que abuse de un menor adolescente. Es decir, es la justificación misma de la utilización sexual, en todos sus aspectos, de Lolitas y Lolitos.
La trata de menores es un negocio que atrapa en sus redes a por lo menos 1 millón 200 mil de menores en todo el mundo, genera más de 7 000 millones de dólares en ganancia, y es el tercer rubro mas redituable, luego del tráfico de drogas y de armas. Y podrá ser muy respetable la sexualidad de los ancianos, así como la de los sacerdotes, los escritores, y como la de cualquier ser humano. Para mí, deja de serlo cuando en el motivo de sus pasiones bien podría estar mi sobrino de 11 años, o tu hija de 10.