Civiles hacinados en los hospitales y 1.3 millones de desplazados que se disputan hasta la última migaja de comida en los campos de refugiados, son las imágenes que nos llegan de Pakistán, a medida que la guerra que empezó hace casi una década en Afganistán, se extiende sin remedio.
Aviones de guerra no tripulados han bombardeado Waziristán, en el Territorio Tribal Federal al norte, soldados que avanzan sobre los escondites de los milicianos talibanes, los bombardeos se han vuelto frecuentes en el Valle de Sawat en la Provincia de la Frontera del Noroeste –NWFP–. Pakistán libra lo que ellos mismos han denominado como “la batalla de la supervivencia”. Un controvertido mapa publicado por BBC recientemente muestra cómo la NWPF, cuyo límite termina a unos 100 kilómetros de Islamabad, está prácticamente bajo el dominio talibán. (Ver: Pakistán y su caída en picada hacia el Talibán. )
Las operaciones militares, respaldadas por Estados Unidos y que se intensificaron la semana pasada, tienen como objetivo recuperar las zonas más estratégicas, cortar las vías de acceso de los milicianos talibanes que aprovechan la relativa independencia y lealtad de las tribus del norte, e impedir el avance o la toma de Islamabad. Según algunas organizaciones no gubernamentales, los talibanes se han atrincherado entre la población civil. El gobierno de Pakistán asegura que aparte de las innegables bajas civiles causadas por operaciones militares, las milicias han abierto fuego indiscriminado contra la población.
La guerra en Afganistán y Pakistán amenaza con convertirse en el fantasma del presidente estadounidense Barack Obama, que antes de su posesión había anunciado que si bien retiraría las tropas de Irak, actuaría decisivamente en Asia Central. Y es que lo que durante el gobierno del presidente Bush se llamó Guerra Global contra el Terror –GWOT –, ahora se llama Operaciones de Contingencia en el Exterior –OCO–, un nombre muy amplio y menos bélico que el anterior, que según el Washington Post, intenta no solo suavizar la imagen de las operaciones militares estadounidenses ante la opinión pública sino evitar que el actual presidente caiga en la tentación de justificar la violación a los derechos humanos.
Hacía un par de semanas, el General David Petraeus, jefe del Comando Central de Estados Unidos, le había advertido a la administración Obama sobre la inminencia de la caída de Islamabad bajo el talibán, de no actuar decisivamente en contra de los milicianos. Con Petraeus coincidieron Asif Ali-Zardari, Presidente de Pakistán, y de Hamid Karzai, Presidente de Afganistán durante su visita a Washington la semana pasada, que entre otros asuntos habría tendido como objetivo prepararse para las operaciones militares que actualmente se desarrollan a lado y lado de la problemática frontera.
El rescate de Pakistán, por llamarlo de alguna manera, podría ser el preámbulo de una confrontación a gran escala en la lucha por el control de Balochistán, que según los organismos de inteligencia es el centro de operaciones del talibán. La desértica provincia de Balochistán, que comparte frontera con Irán, está bajo el radar económico no solo de Islamabad, sino de Estados Unidos y China. El territorio, que compone el 48% de Pakistán, es rico en uranio, cobre, produce más de un tercio del gas natural consumido en el país y posiblemente tiene yacimientos petroleros nada despreciables. De estratégica importancia son sus tres puertos sobre el Mar de Arabia, entre los cuales se destaca Gwadar, muy cerca del Estrecho de Ormuz. Gwadar, un puerto construido por China, es la pieza clave para el desarrollo del oleoducto entre Iran, Pakistán e India, y del no menos controvertido proyecto del oleoducto entre Turkmenistán, Afganistán, Pakistán e India.
Para los analistas del Informe de Inteligencia del Sur de Asia el asunto promete complicarse por cuanto los grupos nacionalistas de Balochistán, sabedores de su propia riqueza, se sienten menospreciados por Islamabad y pretenden luchar por la independencia de Pakistán. De hecho, el Partido Popular de Pakistán - PPP-, ha reconocido que varias escuelas públicas de la región han dejado de entonar y de izar la bandera pakistaní durante los actos escolares.
Los diarios de la región han informado que Ayman Al-Zawahiri, segundo al mando de Al-Qaeda, ha tomado refugio cerca de Quetta. En Balochistán temen que con la excusa de perseguir los reductos del talibán, su territorio no solo sea invadido por el ejército pakistaní – hasta el momento ajeno en la zona –, sino que éste se vea obligado ante su propia debilidad a depender de tropas extranjeras que se afincarían en su territorio.
La lucha contra el talibán que ya ha impuesto efectivamente la Ley Sharia en algunas zonas del país, promete ser dura económica, política y emocionalmente. Pakistán ha reconocido anteriormente que algunos miembros de su aparato militar y de inteligencia son simpatizantes de los radicales islámicos de tendencia talibán, de alguna forma relacionados con Al-Qaeda. Por eso no es de extrañar que aún bajo las actuales circunstancias algunos militares sigan asegurando que el principal enemigo es India, y a regañadientes hayan aceptado mover parte de las tropas de la frontera de Cachemira. Otros argumentan que mientras el gobierno hable de pactos con los milicianos seguirán en el círculo vicioso de treguas para el rearme y el consiguiente recrudecimiento de la violencia talibán contra el estado. Por lo pronto Washington, en particular su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha logrado lo impensable hasta hace unos años: que un presidente pakistaní diga públicamente que India no es una amenaza para su país.
Es aventurado predecir el desarrollo de esta guerra que comienza. Por lo pronto Islamabad ha sido enfático en su petición a la Casa Blanca de no despachar ningún tipo de tropas dentro de su territorio. Todo parece indicar que los aviones no tripulados y la OTAN tendrán que seguir operando, por lo menos por ahora, y mientras la situación no se agrava, desde Khost, del otro lado de la frontera pakistaní.
Mapa: http://news.bbc.co.uk/2/hi/south_asia/8042281.stm