Lo cierto es que esa “aparente” ceguera del Primer Ministro se debía no solo al desconocimiento de los datos del SPEEDI, sino que llevado por la desconfianza Kan decidió rodearse de congresistas y personas de su entorno político que desconocían por completo el tema nuclear y que además intercambiaban poca información no solo con el dueño de la planta sino con el organismo de control nuclear. El primer ministro japonés, estaba pues, aislado.
A las 07:40 de la noche del 12 de marzo la situación en la planta era caótica. Es entonces cuando el operador de la planta decide inyectarle agua de mar para enfriar el reactor. Entonces, la preocupación del primer ministro y de otros era si esa opción podría causar una “recriticidad” en los reactores. [La “recriticidad” es un fenómeno en el que la fisión nuclear se reinicia en el combustible ya derretido o en núcleo del reactor]. Cuando el presidente de la Comisión para la Seguridad Nuclear le informó que las posibilidades no “eran cero”, Kan ordenó suspender la operación. 21 minutos después esa era la orden que recibía Masao Yoshida, el gerente de la planta en Fukushima.
Yoshida, que al final fue el héroe de la jornada, desafió la orden del primer ministro y de sus superiores. Tenía razón. Una vez pasada la emergencia los expertos concluyeron que entonces era la única forma de mantener frío el reactor. Haberla suspendido, como pretendía Kan, hubiera sido desastroso. Yoshida, que al parecer era el único que actuaba con cabeza fría y arriesgando su propia vida, siguió la guía existente de la Agencia Internacional de Energía Atómica. La AIEA especifica que las decisiones técnicas deben ser dejadas al gerente de la planta porque la rapidez en la respuesta es crítica para controlar la crisis.
Hay que entender también que el Primer Ministro Kan se enfrentó a un desastre sin precedentes en la historia moderna de un país. Durante los tres primeros días se concentró en ayuda inmediata para cientos de miles sobrevivientes de la peor catástrofe natural que haya vivido el Japón. El 14 de marzo la gravedad de Fukushima quedó expuesta ante la opinión pública que permanecía en su mayoría inocente.
Una segunda explosión del reactor No.3, y el descabellado pedido del presidente de TEPCO, Masataka Shimizu, fueron los acontecimientos que rebosaron la copa de Kan. La compañía pedía permiso para desalojar a sus empleados de la planta porque la situación era demasiado peligrosa como para permanecer adentro. Abandonar la planta no era otra cosa que perder el control total de la situación. El primer ministro montó en cólera y el 15 de marzo a las 05:00 de la mañana llegó a la matriz de TEPCO con un mensaje clarísimo: “Salir de la planta está fuera de toda consideración”. En el cuartel de TEPCO Kan dejó a Goshi Hosono, un hombre de su entera confianza para que le informara de todo lo que ocurriera a partir de ese momento.
Paralelo a toda esta situación se gestaba una crisis diplomática importante con Estados Unidos, que mantiene a 50000 militares en Japón. Para Washington, que ya había recibido lecturas de radiación de aviones que volaban cerca de la planta y de satélites normalmente usados para vigilar las pruebas nucleares de Corea del Norte, era clarísimo que el gobierno japonés desestimaba la gravedad de la planta de Fukushima. A las 48 horas después del terremoto ya habían llegado a Tokio funcionarios de la Comisión para la Regulación Nuclear, que no lograron obtener datos concretos. Fue entonces cuando el 16 de marzo el embajador de los Estados Unidos, tomó la decisión de pedir a sus ciudadanos evacuar a 80 kilómetros alrededor de la planta – muchísimo más que los 20 o 30 voluntarios establecidos por Japón.
Después, quizá para mostrar al mundo que realmente el gobierno estaba al mando de la crisis nuclear, fue cuando vimos la lucha de David contra Goliat. Helicópteros de las Fuerzas de Defensa del Japón descargaban toneladas de agua desde el aire aunque era obvio que muy poco de aquello llegaba al objetivo por la fuerza de los vientos que reinaban en la zona. Sin duda, una medida absolutamente desesperada.
Para cuando las cosas lograron calmarse, y coordinarse, la suerte de cientos de habitantes alrededor de la planta estaba echada. Debido a la falta de información básica en las primeras horas de la crisis, muchos evacuaron hacia el norte creyendo que los vientos soplaban hacia el sur. Esa decisión los llevó directamente bajo esa estela radioactiva de la que buscaban escapar desesperadamente.