martes, 17 de enero de 2012

HIMALAYA: El peligro del tsunami vertical

Mi alma aventurera se la debo a una enciclopedia que mi padre tenía en un precioso estudio en el que solíamos hacer travesuras entre otras cosas aparte de explorar libros.  Allí en el tomo 20 de Los Tesoros de la Juventud se desplegaban ante mí, página por página las imágenes de los habitantes del mundo, con sus vestidos y sus costumbres.  En aquella época deseaba que salieran todos aquellos del papel para verlos desfilar ante mis ojos, en lo que ahora se conoce como holograma.  Cada avión que pasaba sobre mi casa era un reto y las páginas amarillas se convirtieron en mi pasaporte inmediato, en las rutas aéreas soñadas que algún día habría de cumplir.  Mis dedos se deslizaban por el globo, soñando, pero siempre detenidos en lugares lejanos y perdidos.   Desde entonces el Himalaya fue mi meta y siempre he dicho que puedo morirme después de conocerlo.

Van girando alrededor de las estupas orando siempre en sentido de las manecillas del reloj, miles de pasos, girando las ruedas y musitando.  Los Brokpas que normalmente viven a 5000 metros de altura pastoreando yaks vienen a su peregrinación anual.  Es imposible no mirarlos, es imposible no disparar la cámara a lo lejos, es imposible no unirse a la multitud, es imposible despreciar un pedazo duro de queso de yak, que aunque no sabe a bueno es el único enlace entre ellos y uno. Con los brokpas, están los layaps, los monpas, los tamangs, los sherpas.  La estupa blanca y sola hasta el amanecer se ha convertido en un carnaval de colores y de rezos dejando a la vista la enorme riqueza cultural que esconde el Himalaya. Parecen llegar de todos los rincones nevados y las llanuras.  Están tan empolvados como yo.  Aquí no somos diferentes.  Yo, sin duda, menos elegante que ellos.
Y llegué al lugar donde el sol nace como un diamante, visto quizá gracias a un afortunado efecto en la lente de la cámara.  A ojo pelado, un sol de reflejos perfectos que se pierden en esa inmensidad de la nieve y de las estribaciones de las montañas.  Abajo las tribus que antes estaban en las tierras altas han bajado huyendo de temperaturas extremas,  dando a las tierras bajas un colorido sin igual.
Amanece, y  ahí está uno estático, literalmente drogado por el azul del paisaje, el olor de las montañas, y ese sonido de los pájaros que retumba en el ambiente.    Y entonces uno se da cuenta que aunque la vida se detuvo por un momento arriba desde donde el obturador se cierra, en el valle continúa.  Se acaba la idea del desayuno plácido contemplando las montañas.  Es hora de cargar mochila y dirigirse al centro de oración más cercano.  Ellos han llegado.


Algunos son altos, fornidos, incluso blancos, muy blancos.  Diferentes a la escuálida imagen de los orientales citadinos vengan de donde vengan.  Describirlos a todos es imposible.  Y entonces viene a la cabeza la imagen del yeti, conocido en Bhutan como “migoi” que no traduce otra cosa que “hombre fuerte” y que para muchos realmente existe entre el norte y el noreste.  En Bhutan dicen que el migoi tiene la propiedad de volverse invisible y de despistar al cazador más intrépido porque sus pies pueden plasmar huellas invertidas.  Cubierto de pelo por todo el cuerpo excepto en la cara, y de un olor asqueroso en hembra y macho es la   leyenda más popular pero también la más temida.

Así la vida transcurre en las entrañas del Himalaya entre goembas, lahkhangs, chortens, templos, caminos prohibidos, nieve y montañas prístinas, ajenas a todo avance tecnológico. Es tal la riqueza cultural que cualquier intento por describirla en un PDF que no tiene otro sentido que compartir algunas ideas con los amigos sería pretencioso.


En el Himalaya hay varios intereses en juego. Mientras Bhutan logró pasar el siglo 20 con la gran mayoría de su naturaleza intacta, Nepal se degrada a pasos agigantados. La población de Bhutan aumenta, se expanden los caminos, la tierra cultivable necesaria para la supervivencia y el esfuerzo será titánico. Sus fronteras son porosas y los cazadores van en busca de especies desconocidas vegetales y animales. Tanto los chinos como los indios cruzan buscando cachos de rinoceronte, huesos de tigre, hongos exóticos.

En Nepal, los científicos observan con cuidado el Valle Chhukung.  Desde hace algún tiempo se viene acumulando agua del deshielo en el Imja Tsho, un lago glaciar que amenaza con romper y causar un tsunami vertical que afectaría una de las zonas más habitadas y más transitadas del Himalaya.  Los sherpas de uno y otro lado dan cuenta del alarmante retroceso de la nieve, que en últimas es fuente de agua para más de mil millones de personas.  Hay, me dice Sring, más de 20 000 lagos glaciares en los Himalayas, de los cuales 179 están en alto riesgo de reventar en China, India, Nepal, Pakistan y otros 25 en Bhutan. 
La política, esa que complica las cosas naturales, es bastante difícil por estos lados.  Entre los gigantes India  y China, se  libra una batalla cultural enorme para ganar los corazones de las tribus, esperando que algún día la simpatía les revierta en influencia geopolítica.  Pocos rincones quedan para refugiarse en el planeta, y tal como lo dije en mi primera entrega, este es el último rincón.  Me temo que quedan pocos años.  Esa fue la historia del reino Sikkim, que en 1975 finalmente sucumbió ante el embate indio.  Esa es otra historia.