Los entresijos políticos del asunto judío palestino eclipsaron totalmente una de las más importantes cumbres de salud pública de los últimos tiempos. La semana pasada, en un salón lejos de los reflectores, se discutía en un acalorado debate sobre las millones de muertes causadas por enfermedades no transmisibles (NCD por sus siglas en inglés), su prevención y tratamiento. Un tema que ha pisado los callos de las importantes multinacionales y sus jugosas ganancias por la venta de tabaco, bebidas en general, bebidas alcohólicas, comida chatarra y por supuesto las medicinas.
La Organización Mundial de la salud ha elaborado una lista de soluciones que podrían salvar a decenas de millones de personas de enfermedades, que sin ser una pandemia, constituyen el factor determinante en el 63% de muertes en el mundo. Según los expertos de Naciones Unidas, el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardiacas y otras enfermedades crónicas matan a cerca de 36 millones de personas al año, principalmente en los países más pobres. Mucho más que el SIDA y otras enfermedades de transmisión.
El listado para comenzar a tomar control de la salud mundial empieza con normas elementales pero difíciles de ejecutar por cuanto afectan directamente a las multinacionales y a las ganancias impositivas en todos los países del mundo: 1) Elevar los impuestos sobre el tabaco y el alcohol. 2) Convencer a los productores de alimentos y consumidores de disminuir la sal. 3) Concienciar al público sobre buenos hábitos alimenticios y de ejercicio. 4) Proveer de medicinas genéricas a quienes están en riesgo de sufrir ataques cardiacos y accidentes cerebro-vasculares, y diabetes. 5) Estudio y tratamiento temprano para lesiones precancerosas del cáncer cervical. 6) Generalizar la inmunización contra la hepatitis B para prevenir el cáncer de hígado.
El problema radica en que desarrollar todos y cada uno de estos mandatos implica un gasto de U$11.4 mil millones de dólares por año, sin duda difíciles de reunir dadas las actuales condiciones económicas. Incluso, en los países desarrollados que se supone tienen un nivel más amplio de maniobra existe cierta apatía en el momento de enfrentar el problema.
La conferencia de Naciones Unidas llama la atención, por ejemplo, sobre el problema del alcoholismo en Europa y la alergia de los países vinícolas como Italia, Portugal y España a gravar el vino. En el Reino Unido los expertos no se cansan de exponer los peligros de la hiper intoxicación alcohólica y su estrecha relación con la cirrosis del hígado, sin embargo el gobierno se niega a limitar la venta de alcohol y su aumento en impuestos. Al igual que en los países vinícolas, está en juego la supervivencia y la viabilidad de las cerveceras y las destiladoras de whisky.
En partes de Asia, Medio Oriente, y Europa oriental, las multinacionales tabacaleras han logrado de cierta forma debilitar cualquier intento de reforzar las leyes antitabaco, y contrario a la corriente mundial, en países como Japón, aun no existe una ley que proteja al no fumador del humo de segunda mano en lugares públicos.
Durante las reuniones, las prioridades de las multinacionales fueron un tema de ardua discusión. Conocedores de todo el proceso aseguran que Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y otros países desarrollados se mostraron en desacuerdo, incluso antes de la reunión en Nueva York, en la fijación de objetivos inmediatos para la reducción en las enfermedades no transmisibles y se opusieron explícitamente al pedido de gravar productos poco saludables, de regular la industria y de extender exenciones sobre las patentes para reducir el costo de los medicamentos.
Al final, mientras que el borrador propuesto por la reunión de alto nivel de Naciones Unidas, acepta la gravedad del problema, las multinacionales y la comodidad de los gobiernos fueron los ganadores. Ganó la posición de no imponer metas numéricas concretas sino llamar a acciones voluntarias para prevenir las enfermedades crónicas. La razón es simple. Las corporaciones y los poderosos lobbies de las industrias de comida, bebidas alcohólicas y no alcohólicas, de las farmacéuticas y del tabaco pueden ver comprometido su futuro crecimiento si los países comienzan a tomarse en serio la salud de sus habitantes.