Japón está envejeciendo mucho más rápido que otros países. La semana pasada el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar decía que el país había alcanzado un record de 47,756 personas de 100 años o más, la mayoría mujeres. La persona más vieja tiene 114 años y nació en noviembre de 1896.
Con la vejez y la muerte nacen nuevos servicios y por qué no, nuevos millonarios. Mucha curiosidad e impacto ha causado la nueva onda de hoteles que tímidamente se asoma no propiamente para alojar parejas furtivas sino cadáveres.
Tal es el caso de Lastel, un hotel que cobra unos US$157 dólares por noche donde las familias pueden mantener en un cuarto frío el cuerpo de su ser querido mientras esperan la larga cola en los saturados crematorios de la zona. Y es que, mientras en occidente las funerarias son de uso común, en Japón son una rareza, y no sería sorprendente que con estos nuevos y gélidos edificios se esté gestado un nuevo modelo de velar a los muertos.
De acuerdo con el gobierno, en 2010, 1.2 millones murieron. Un poco más que la media mundial. Solo el año pasado fallecieron 55000 personas más que en la pasada década. Para 2024 se prevé que mueran 1.66 millones de personas a medida que la generación del “baby boom” entra en declive. Para entonces, Japón tendrá cerca de 20 millones menos de personas, un número sin precedentes para una nación que no está en guerra ni azotada por la hambruna.
Los expertos dicen que para entonces los japoneses pagarán un promedio de US$100,000 en flores, urnas, ataúdes y otros gastos funerarios. Sin duda un renglón económico muy atractivo que en Estados Unidos alcanza la cifra de US$21 mil millones de dólares anuales.
Volviendo al tema, el fundador de Lastel, Hisayoshi Teramura, decidió hace una época expandir su negocio más allá de las tumbas y los funerales convencionales. Así que el año pasado construyó su primer hotel de “cuartos fríos”. Detrás de amplias ventanas con flores, lejos de los dolientes, existe un almacén automatizado de ataúdes y sus ocupantes, que son despachados a través de bandas, a un cuarto de visitas, de día o de noche, para que amigos y familiares puedan acompañarlos por última vez.
La idea surgió porque hay pocos crematorios para el número de fallecidos. En Yokohama, por ejemplo, el promedio de espera para la cremación es de más de cuatro días. Al no existir morgue que los japoneses deben mantener a los muertos en casa, donde no solo hay poco espacio sino recuerdos de por vida.
Junto a Teramura, en el negocio hay primíparos que han llegado refugiados de las casas de banquetes para matrimonios que poco a poco quiebran porque los jóvenes ya no quieren enlaces formales. Para tener una funeraria no es necesario tener licencias obligatorias, tan solo se necesitan oficina y teléfono. Las flores y los ataúdes no son complicados de adquirir, como tampoco lo son los monjes y las plegarias.
La diferencia con Occidente radica en que mientras en Japón el trámite para dedicarse al negocio de la muerte es relativamente sencillo, en Estados Unidos, por ejemplo, los empresarios funerarios deben estudiar tres años con todo y pasantía para tener una licencia, o en América Latina donde las funerarias son de tradición y deben hacerse cargo de todos los detalles una vez el difunto llega a sus premisas.
2796 firmas funerarias hay en Japón, según una encuesta del Ministerio de Economía, Comercio e Industria, ninguna de ellas con una supervisión estricta. Los dolientes japoneses algunas veces son víctimas de mafias, y empresas de dudosa reputación que les pueden llegar a cobrar hasta US$100 mil dólares por un ataúd.
La yakuza japonesa, por supuesto ha aprovechado el nicho, y no es raro verlos representados por comisionistas que ofrecen sus servicios a los hospitales. En ese “favorcito” el comisionista puede llevarse millones de dólares en su bolsillo. El negocio es tan pero tan apetitoso que para 2015 podría registrar ganancias de US$1.96 trillones de dólares.
Hace poco la W, una emisora colombiana, preguntaba qué haría cada cual para su funeral. Conocidas las anteriores cifras me mantengo en lo pensado. Para mí no quiero nada. Dejen mi cuerpo a solas 72 horas y luego, hagan conmigo lo que quieran. Lo único que pido es que mis cenizas, si es que las tienen, vayan a parar a cualquier montaña colombiana, preferiblemente a las de Cocora donde he soñado tanto y donde no me cobrarán por dejarme descansar (a mí me esperan desde hace rato en Morrogacho –si es que Carmenza me quiere llevar).