Por primera vez en la historia de este blog me dirijo directamente a mis amigos, o por lo menos a quienes dicen serlo. Siempre he sido persona fiel a quienes son materia de mis afectos y por tanto siempre pido de ellos reciprocidad en honestidad y otros sentimientos. Tengo la fortuna de contar con algunos sinceros y desinteresados que me estiman por lo que soy, no por lo que represento en cualquier aspecto de mi vida que les pueda parecer atractivo.
He tenido también la fortuna de recibir de muchos el apoyo incondicional y el respeto ante las decisiones que muchas veces he tenido que tomar en circunstancias bastante adversas e importantes. No me interesan para nada aquellos de doble cara. Esos que disfrazan su propia cobardía, incapacidad e ignorancia con la crítica y esa desagradable costumbre de tratar mal a los demás. Repito: no me interesan, ni quiero tenerlos cerca de la buena energía que me rodea.
Quienes han podido estar conmigo en estos últimos días sabrán que si bien me preocupo, soy perfectamente consciente de lo que implica volver a Tokio a presente y a futuro. Así que ojos atentos a los siguientes datos:
Radiación: No es cierto que Tokio registre índices de contaminación radioactiva a niveles alarmantes. Quiero contarles que los indicadores de radioactividad que consulto todos los días y al detalle, dejan ver que hay más índice de radioactividad en Hong Kong, e incluso en el Reino Unido. Los niveles de radioactividad en Tokio son ligeramente más altos que los de Nueva York. Los picos registrados inmediatamente después del terremoto y que provocaron la estampida de muchos fuera de Tokio, entre ellos yo, han bajado. La contaminación en el agua también ha descendido. Y si bien existen trazas de radioactividad, las lecturas indican que está dentro de los límites tolerables. Aún así, sería de tontos no estar vigilantes ante cualquier cambio que indique peligro. La gran mayoría de habitantes ha regresado, se ha reintegrado al trabajo. Otros estamos regresando. No es cierto como piensan algunos, que todos están saliendo. Sería absurdo pretender que soy la única persona que se dirige al desastre contra una marea humana que “huye en pánico de Japón”. Salí cuando tenía que salir, y ahora vuelvo cuando tengo que hacerlo.
Terremotos: ¡Qué le vamos a hacer!. Lo sucedido fue suficientemente grave como para provocar una fractura de 500 kilómetros en la placa tectónica. Implican más sismos, muchos de los cuales serán de alta intensidad. Aunque no se esté cómodo con semejante perspectiva, tampoco se puede dejar todo a la deriva. Mi vida ha estado hasta el momento en Japón, o por lo menos íntimamente relacionada con ese país, e independientemente de qué tipo de decisiones tome después, por uno u otro motivo, debo retomarla. Quizá necesite un poco de buena suerte y de esa buena energía que siempre me envían los amigos de verdad. Sin embargo, tengo que aceptar que siento temor. No soy ningún superhéroe, no soy infalible, y mucho menos un témpano de hielo.
Alimentos: Si la leche en Estados Unidos está comenzando a mostrar índices mínimos de radiación, con mayor razón en Japón. Japón ha prohibido la comercialización de vegetales y comidas que vienen de 4 prefecturas que se han visto afectadas por la radiación provocada por la planta de Fukushima. Sabemos que existe una filtración de radioactividad hacia al mar y a algunas fuentes de agua subterránea. No hay que hacer algo diferente a lo que ya tengo como costumbre: mantener suficiente agua embotellada en mi casa. Lo lamento por mi estómago que tendrá que dejar de comer pescado y deberá depender más de multivitamínicos que reemplacen en algo las verduras que dejaré de consumir. Obviamente, estar alerta será indispensable.
El miércoles comenzará mi recorrido de vuelta a Tokio. El 11 de abril me reencontraré con mi vida habitual de trabajo. El 80% de mis estudiantes (japoneses y extranjeros) ya han confirmado asistencia a clases, por tanto el año académico iniciará y terminará según lo previsto. Seguiremos conversando, riendo o llorando, según nos toque… espero eso sí, sin esas emociones extremas que usualmente me acompañan.