Entonces recuerdo que a veces la ficción se convierte en realidad, y eso parece haberlo intentado Akira Kurosawa en la cinta “Dreams” (Yume), producida en 1990. En ella casi toda la población japonesa cae al océano en medio de terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y explosiones nucleares. Demasiado para ser cierto. Kurosawa tuvo que enfrentar el terremoto de 1923 en Tokio. En aquella ocasión murieron por lo menos 100.000 personas, y quizá fue aquella experiencia la que lo condujo a producir “Dreams” que no es otra cosa sino una advertencia para desconfiar del gobierno durante las emergencias, para no creer en los burócratas que se atreven a decir que en Japón, un país tan propenso a los terremotos, nunca ocurrirá una catástrofe nuclear.
De ninguna forma se puede pensar que Japón se enfrenta a un apocalipsis como lo sugieren los supersticiosos y los fatalistas. Sin embargo, en medio de cortes de electricidad, falta de comida, de combustible y esa tragedia que parece moverse en cámara lenta en las plantas nucleares de Fukushima, no son pocos los que enfrentan ese dilema de vida y muerte. Una pregunta que para nada ayuda a contestar la información que emana de las fuentes oficiales.
Mientras el gobierno japonés pide calma, Francia, China, Estados Unidos y otros países evacuan a sus nacionales. Rusia ha dicho que espera el peor escenario y lo dice por su experiencia con Chernobyl en 1986, en Ucrania. 90.000 muertos, 500.000 enfermos y contaminación en una gran parte del suelo cultivable. Cifras que difícilmente se olvidan.
En Japón y en las redes sociales los dos extremos se tocan. Quienes culpan a la prensa extranjera por exagerar las cosas y quienes creen que son justamente los periodistas extranjeros los que han obligado al gobierno japonés a ser más transparente en la información que suministra. El gran Tokio, con sus 39 millones de habitantes – esparcidos por Yokohama, Tokio, Chiba e Ibaraki- justo al límite de Fukushima y su tristemente célebre la planta nuclear Dai Ichi, es el que más reclama.
Para muchos, las cadenas japonesas tratan de suavizar las noticias. De hecho se recuerda que las terribles imágenes del tsunami fueron desfilando a cuenta gotas por las pantallas, hasta que el peso de internet, terminó develando la magnitud de la tragedia. Todos recordamos que inmediatamente después de los terremotos, fueron corrigiendo poco a poco los datos: la magnitud, la profundidad, las réplicas. Un sismo de magnitud 5 pronto pasó a ser de 7. Uno de 8 finalmente se convirtió en 9.
La desconfianza aumentó cuando las cuentas oficiales hablaban de 1,800 muertos cuando los policías de los pueblos de Iwate y Miyagi hablaban de 8,000 desaparecidos y de más de cuatro ciudades totalmente destruidas. Las cifras semi oficiales, van mucho más allá de los 17,000 proyectados a hoy. Los muertos, según esos cálculos preliminares podrían llegar fácilmente a los 45 mil muertos. Ese desfase ha dado para que muchos piensen que el gobierno miente y que en realidad los muertos pasan de los 50,000 y se acerquen a los 100.000.
Como si fuera poco, ahora hemos tenido que convertirnos todos en expertos nucleares a fuerza de escuchar sobre los microsieverts, y los milisieverts. Al final todos parecemos estar desinformados y la única fuente creíble ha pasado a ser nuestra lógica, de ahí el éxodo de japoneses y extranjeros que abandonan Tokio.
Decepcionante fue la primera aparición del Primer Ministro, Naoto Kan, luego después del terremoto. No dijo nada más de lo que sabíamos, y la confusión de japoneses y extranjeros, aún de los mismos periodistas fue más que evidente. Al veteranísimo alcalde de Tokio, Shintaro Ishihara, no le fue mejor. En medio del shock le pidió a los habitantes de la metrópoli “volver al trabajo y llevar una vida normal. (¿Perdón?...). Dijo sentirse apesadumbrado por las víctimas del tsunami, pero lo que nadie imaginó es que Ishihara dijera que el desastre era “tembatsu”, o un castigo del cielo por el egoísmo. Luego, tuvo que disculparse.
Existe la percepción de que el gobierno oculta información vital para los ciudadanos. Los mayores recuerdan que el gobierno ocultó por años información relacionada con las enfermedades causadas por la bomba atómica, y otros accidentes que involucraban la salud de miles de habitantes.
Todas estas inquietudes pasan por la mente cuando se decide salir de Tokio. El martes NHK informaba de que la radiación en la capital japonesa había llegado a ser 23 veces más alta de lo normal. Hoy las autoridades se han visto obligadas a aumentar el nivel del accidente nuclear de 4 a 5. Los expertos extranjeros siempre han dicho que se trata de un nivel 6, que no llegará por lo menos por ahora a los 7 de Chernobyl.