Mientras que en Egipto y Túnez la decisión del ejército fue clave, en Libia el caso es diferente. Las milicias paramilitares, a cargo de los cercanos a Gadhafi, llegan a ser incluso más importantes que el mismo ejército. (Ojo a Venezuela). Estas mismas milicias son las que han etiquetado a las tribus como parte de la estrategia de al-Qaeda.
Para Gadhafi, que posiblemente haya caído para cuando ustedes lean estas notas, el futuro no luce brillante. Las tribus Awlad, Az Zawiyya, Az-Zintan, y otras desde la frontera con Egipto hasta Warfalia, están en su contra. La tribu Tarthun (30% de la población de Trípoli), e incluso la gente de su propio pueblo, en una pequeña tribu de Qadhadfa, se han rebelado.
Estas tribus, con sus clanes y sus complicadas subdivisiones, son la única institución que por siglos ha regulado a la sociedad libia. Luego de la independencia de Libia en 1951 realmente no hubo partidos políticos que se hicieran cargo. Con la entrada de Gadhafi en 1969, todas las funciones tribales fueron reestructuradas y simplemente se convirtieron en guardas de los valores culturales y religiosos.
Poco a poco, las tribus héroes de las jornadas de hoy, fueron quedando aisladas, pero no del todo desmanteladas. Los puestos en la administración Gadhafi se distribuían por filiación tribal. Durante los 90 el mismo Gadhafi fortaleció sus lazos con ellas para deshacerse de opositores incómodos. Así muchas de ellas entraron dentro de los “comandos sociales populares” que combatían la corrupción, hacían de juez y parte, y como no, las elevó a la categoría de actores políticos. Sin embargo, solo las tribus Warfalla y Qadhadfa recibieron el delicadísimo encargo de los servicios secretos y del monopolio de la gran mayoría de sectores económicos.
Esta componenda tribal provocó la desaparición casi por completo de las instituciones democráticas. La clase media fue reducida a escombros. El embargo implantado por Naciones Unidas tampoco surtió efecto, y en cambio no permitió una redistribución equitativa de las ganancias por petróleo. La inflación y el desempleo se dispararon, y ese término de “democracia directa” quería decir en otras palabras que había pocos ganadores dentro del séquito cercano al dictador africano.
La rebelión que estamos presenciando empezó en Benghazi, un cero a la izquierda en una región conocida como Cyrenaica. Nada que ver con la infraestructura de la que hace gala Tripolitania. Así que para Cyrenaica, jugarse el todo por el todo, ha significado empezar de cero. A estas alturas hay poco que perder, y sí mucho que ganar.
Lo que preocupa es qué vendrá después. El estado ha desaparecido. Los comités populares, los grupos islámicos y las bandas armadas controlan el territorio. Si imaginamos que los rebeldes toman Trípoli y se hacen a importante material de guerra, nos encontramos ante una caos de incalculables proporciones que podría asemejarse al de Somalia o Afganistán.
Tal como lo advirtió Gadhafi en su momento, correrá mucha sangre. La fuerza aérea y el consejo de seguridad son controlados por fieles al coronel africano. A cargo de 150 mil soldados, los comandantes militares lo tienen todo para perder, vayan de un lado o de otro. Gadhafi, dicen los expertos, cuenta en su ejército personal con más de 10 mil soldados, eso sin contar un ejército de mercenarios africanos, a quienes se les paga en oro, que se han insertado en Libia, vía Chad.
Pase lo que pase, es muy complicado no imaginar a Libia fracturado por intensas luchas entre las tribus. Aunque estos jóvenes que marchan en las calles digan que están en contra del sistema tribal, su ideología y su incrustado proceder no desaparecerán de la noche a la mañana. Irónicamente lo suceda en Libia podrá aplacar otros focos que parecen surgir en el Medio Oriente aprovechando la confusión. Sencillamente, ni el Medio Oriente, ni el resto del mundo podrán darse el lujo de ver cómo se desencadena otra Libia sin verse enfrentados al espectro de una guerra.
(Imagen: "Libya so far", Hindustan Times) Click para ampliar.