miércoles, 27 de octubre de 2010

DARNOTT IV

Darnott había presentado el proyecto “Mi pequeño país”, una comunidad indígena revolucionaria, que aspiraba a ser autosuficiente económicamente y que con el tiempo ser convertiría en la semilla de Hizbullah-Venezuela. Hasta dicha comunidad se desplazó una comisión del FUS encabezada por William Fariñas e Iván Ballesteros, y se firmó un acuerdo de colaboración con los indígenas y con el Instituto Agrario Nacional (IAN), que debería haber posibilitado la propiedad de 17999 hectáreas, y la construcción de viviendas dignas para los indígenas. Sin embargo, una enérgica campaña de propaganda contra el MGNL, acusándolos de ser en realidad indígenas colombianos; de colaborar con adecos y copeyanos (escuálidos de AD y COPEI respectivamente) de formar parte de las Autodefensas Unidas de Colombia, etcétera, abortó el proyecto. Cualquier lector mínimamente familiarizado con la dramática situación de las guerrillas en Colombia entenderá al gravedad de aquella acusación. El FUS jamás apoyaría a un colectivo sospechoso de colaborar con los paramilitares colombianos, y las subvenciones jamás llegaron. En ese momento, y esto también es muy importante, Teodoro Darnott se siente traicionado `por el gobierno chavista de Caracas y se distancia tanto del chavismo como del gobierno zuliano de Rosales. Y el MGLN siguió en la clandestinidad, perseguido por unos y otros. “Me mudé a Río Aurare el Zamuro. Nunca dormía en un sitio fijo...”, asegura Darnott.

En aquella época, Darnott aún intentó en dos ocasiones conseguir fondos oficiales para “Mi pequeño país” en estamentos oficiales, y viajó a Caracas para presentar una queja ante la Asamblea Nacional, donde sin duda se cruzó con quienes serían tiempo después mis guardaespaldas, camaradas y maestros de armas en Venezuela. Allí denunció la “traición” del FUS y del IAN, pero no sirvió de nada. A la Asamblea Nacional, doy fe, acuden todos los días portadores de quejas, reclamos y peticiones desde todos los rincones de Venezuela, y la capacidad administrativa y burocrática de sus instalaciones no estaba a la altura.

Darnott consiguió que no lo detuvieran en Caracas y regresar a Zulia, sabiéndose ya un prófugo de la justicia sobre el que pesaban varias órdenes de captura. Y hacia diciembre de 2001 se echó al monte, cruzando a Colombia por los “caminos verdes”, es decir, esquivando los puestos y las patrullas fronterizas, y atravesando de Zulia a Colombia a través de la selva. “Salí por la vía de Mara hacia Carrasquero, sin dinero. Cuatro Bocas, Carrasquero, Varilla Blanca...”. Según me relató Darnott, el viaje fue muy duro: era un territorio controlado por los paramilitares colombianos. Pero en Majayura recibió la asistencia de las iglesias evangélicas, y con su ayuda llegó a Maicao, dodne fue acogido por el doctor Lucho Gómez, secretario general del movimiento guerrillero, ya desmovilizado, M-19, que a diferencia de las FARC o el ELN había abandonado la lucha armada, sustituyéndola por política. Darnott consiguió allí un trabajo como profesor de lengua wayuu, e incluso editó algunos folletos de iniciación a la lengua guajira. Y sobre todo descubrió Internet. Desde un cibercafé de Maicao subirían a la red los primeros mensajes del comandante Teodoro, todavía no relativos al Islam.

Allí y gracias a sus nuevos amigos guerrilleros, Darnott consiguió hacerse con una nueva identidad: Daniel José González Epieyu, con cédula de identidad colombiana 15206631. Y, lo que es más importante, entró en contacto con la comunidad árabe de Maicao. Así lo describe Darnott: “Conocí al hermano Alfonso Peñalver, al hermano chiíta libanés Musa Rada. Este fue mi primer maestro en el Islam. Frecuenté la mezquita, leía libros sobre el Islam en la biblioteca, libros de teología suní. El hermano Musa me explicaba la teología Shia (chiíta) y me facilitaba revistas Azakalain, las cuales me eseñaron relatos sobre los imanes, el martirio del imam Husein (la paz de Allah sea con ellos), también contenían escritos de los ulemas (sabios). Un día el hermano Musa me propuso estudiar el Islam, en el Instituto Islámico Kausar, en Cali, propuesta que acepté con mucho gusto. La Asociación Islámica Shiita de Maicao me pagó los pasajes y viáticos para llegar a Cali, donde según los hermanos ya me esperaban, pues ellos se habían encargado de notificar y arreglar que me recibieran. Me despedí de mi hermano pastor y de su familia y salí rumbo al valle del Cáuca.
“En la ciudad de Cali en la urbanización La Ceiba, cerca de la redoma Alfonso López Michelsen, queda el Centro Cultural Islámico Kausar. Me recibió el hermano Rashi. Se trataba de una comunidad musulmana afrodescendiente. El hermano Rashi era uno de sus dirigentes, y la sede era una casa de dos pisos en una vereda. En la esquina de la calle hay una panadería, en el interior de la casa la sala era el salón que servía de mezquita, una cocina, una biblioteca, oficina y una habitación donde oraban las mujeres. El hermano Rashi me saludó islámicamente: Assalum aleikum. Wa’alaikun salam, respondí. Luego posó sus mejillas sobre las mías, como es costumbre en el Islam. Me dediqué a leer libros islámicos y a participar en las oraciones. Las enseñanzas solo eran los viernes en el Yuma. El director era un profesor universitario, el hermano Abdul Karim...”.

Libro recomendado: El Palestino, Antonio Salas
(Esta transcripción de las páginas 216 y 217 no se realiza con fines comerciales. Simplemente como guía para el lector)