Teodoro Rafael Darnott nació en Ciudad de Bolivar, un 18 de abril de 1955. Hijo de una mujer maltratada, Ana Cecilia Darnott, se sintió tan abandonado por su padre, Antonio García, que renegó de su apellido. Niño rebelde y precoz delincuente, solían mantenero encadenadenado por el pie, con un candado, sin siquiera poder evitar asi sus fugas para cometer fechorías. Según su propio relato “.... pegaba colillas con goma de mascar en los zapatos de los borrachos, para quemarles los callos y luego verlos saltar y maldecir... Tenía mucho odio y tendencias homicidas. Torturaba insectos. Un día tomé un gato y traté de matarlo en oculto. Teniendo apenas diez años, con un arma de pescar, intenté matar a mi padre. Por esa razón me vi obligado a huir de casa y a partir de ese día me convertí en un niño de la calle, un delincuente infantil...”
Malviviendo en las calles, Darnott conoció pronto los calabozos policiales de Ciudad Bolivar y de Maturín, donde, mezclado con los adultos, no tardo en ser un exquisito plato sexual para los reclusos mayores. No creo que sea necesario entrar en detalles. A los dieciseis años, ya familiarizado con las drogas y el alcohol, intentó alistarse en el ejército venezolano como una forma de sobrevivir, pero no fue aceptado por su juventud. Volvió a intentarlo en 1972, mintiendo sobre su edad. A pesar de los consejos del médico militar, que le decía que era demasiado joven y débil para la disciplina castrense, Darnott aseguró que la persepctiva de un uniforme limpio, comida caliente y una cama en la que dormor era mucho mejor que la vida en la calle, por muy disciplinada que fuese. Pero su carácter rebelde y pendenciero hizo que fuese expulsado del ejército dos años después. Sin embargo, su experiencia militar le sirvió para encontrar trabajo en la policía del estado Monagas y después en la de Anzoátegui y Aragua, llegando incluso a realizar un curso de detective privado bajo la cédula 260671-C del Instituto de Policía Científica Simón Bolivar. Aunque en todas esas instituciones presentó mala conducta. No solo con Chávez los “malandros” entraban a la policía... En esa época, además, contrae matrimonio con su primera pareja, María Elena López. Con ella tiene a su hija Ana Cecilia Darnott, a quien le pone ese nombre en homenaje a su madre. Ana Cecilia, con el paso de los años, también terminaría trabajando en la policía de Baruta (o Polibaruta, como allí se la conoce).
Poco después de su nacimiento, el matrimonio y la niña se mudan a Caracas donde, dice Darnott: “Logré colocarme al servicio de las mejores agencias de seguridasd e investigaciones. Clave Uno de Angel Urueña Almoada; Cinco Cero de Vidal Castro; Sicoin de José de Jesús Navarro Dona; GPS, Grupo de Profesional de Seguridad de José Gabriel Lugo; antigua ICI, Investigaciones Comerciales e Industriales de Luis Posada; también trabajé en Correproca, una empresa de escolta adscrita a la división 33, custodia de personalidades de la DISIP. Logré entrenarme en la mejor academia de artes marciales del momento, la de Marcelo Planchar, ubicada en la urbanización Las Mercedes. En Fuerte Tiuna me entrené en tiro al blanco...”.
Pero aquellos años de estabilidad no tienen en Teodoro Darnott un efecto terapéutico. Comienza a frecuentar los abres de la avenida Nueva Granada, gastándose el salario en las hembras, mientras su esposa trabajaba de dependienta para sacar adelante a la pequeña Ana Cecilia, una joven con la que contacté mucho después y en la que creo reconocer los traumas heredados de aquella dura infancia. Su padre, con un valor que no justifica sus actos, hoy reconoce humildemente: “En muchas oportunidades pasaba frente a la casa llevando a otras mujeres en la parrilla de mi moto. Con inmenso dolor hoy tengo que confesar haber repetido en mi esposa la violencia, heredada del carácter de mi padre. Hasta las mismas palabras usadas por mi padre contra mí luego las usé yo contra mi preciosa hija. Un día le di un golpe a María Elena y le desprendí el papellón de la oreja, la cual casi pierde. La llevé a una clínica privada donde, para no denunciarme, el médico me cobró muy caro; luego abandoné a mi esposa y a mi hija. Me fui del hogar abandonándolas a su suerte. Tomé un bus para la ciudad de Maracaibo sin siquiera conocer a alguien en esa ciudad. El primer lugar donde dormí fue en paseo Ciencias, en la sede principal del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria; trabajé para la agencia de detectives privados de Manuel Felipe Moreno, también con el detective Carlos Omar Arenas, con quien me unió una gran amistad, más que un amigo fue como un hermano”.
Libro recomendado: El Palestino, Antonio Salas
(Esta transcripción de las páginas 212 y 213 no se realiza con fines comerciales. Simplemente como guía para el lector)