La frase del fiscal Joseph Falvey no se refiere a ningún integrante de las FARC preso en Estados Unidos, ni a los peligrosísimos capos de los carteles de la mafia mexicana. Se refiere a los Hutarees, una milicia cristina con base en Michigan que se preparaba para una batalla apocalíptica entre las fuerzas del Anticristo, representadas por el estado, y sus fuerzas del orden. No es exageración. A los ocho miembros del grupo capturados la semana pasada bajo cargos de haber planeado el asesinato en serie de varios policías con el ánimo de provocar una guerra civil en pleno corazón de la unión americana, les fueron incautados 46 armas de fuego, y 13 mil rondas de munición.
Poco, si consideramos todo lo que el gobierno incauta a los paramilitares de izquierda y derecha en Colombia. Sin embargo, los acontecimientos de la semana pasada en Michigan, dejan ver una realidad hasta ahora contemplada solo en las pantallas.. El resurgimiento y la fuerza que han tomado grupos radicales, no necesariamente racistas, en contra de la administración del Presidente Barack Obama.
En una acalorada declaración, Joseph Lieberman, Presidente del Comité del Senado para la Seguridad del Interior (Homeland Security) aseguró que la radicalización de la izquierda y la derecha han aumentado la posibilidad de que Estados Unidos sea víctima del terrorismo hecho en casa. El último año, en Estados Unidos las milicias y los grupos patrióticos se incrementaron en un 244%, conformando un total de 512 unidades que se oponen completamente al gobierno federal.
Para los expertos en seguridad del estado, estos grupos paramilitares “amorfos” se han convertido en un riesgo sin precedente por cuanto todos no funcionan bajo las órdenes de un mismo líder. Son movimientos que, gestados en la base de las comunidades, no tienen un comando central y carecen completamente de estructura a nivel nacional. Más bien, parecieran intencionalmente, estarse organizando a manera de células.
El común denominador de estos autodenominados “patriotas” es la paranoia. Todos sin excepción ven en la actual administración un peligro real para el recorte de las libertades que establece la constitución estadounidense. Para ellos, su país se dirige a una dictadura. Un miliciano, en un interesantísimo reportaje, argumentaba que el presidente Obama buscaría cualquier justificación: una pandemia, un desastre natural, o ataque terrorista para imponer la ley marcial, prohibir los viajes interestatales, e incluso detener a sus ciudadanos en masa. Lo más irónico es que mientras en América Latina la fantasía conspirativa corre desbocada por cuenta de algunos amigos del presidente venezolano que aseguran que Estados Unidos orquesta una invasión, los supuestos invasores se arman hasta los dientes porque aseguran que su país se dirige sin remedio a un control total por parte de las Naciones Unidas y sus organizaciones paralelas, gobernadas por el conjunto global de países.
Todo cabe dentro de la mente de las conspiraciones. Una de ellas, que en Latinoamérica podría tener algo de eco por cuenta de las pretensiones de Argentina sobre las Malvinas, habla de un acuerdo secreto entre la Reina Isabel e importantes empresarios británicos para retomar el control de sus colonias. Otra, se refiere a la inminencia de un proyecto mundial de marcar a los recién nacidos con microchips. En fin, que puestos ante una información que se da por verdadera, ninguno de estos paranoicos concibe explicaciones racionales porque para ellos todo es un gran montaje contra su propia existencia.
El asunto no es gracioso. Aunque el número de milicianos se estima en 100 000, las autoridades consideran que fácilmente podría llegar a los 12 millones teniendo en cuenta la acogida y la penetración del discurso retórico entre quienes de una u otra forma se sienten vulnerados por las medidas que Estados Unidos debe cumplir por cuenta de tratados internacionales. Por lo menos, eso piensa el Centro de Renovación Democrática en Atlanta, que monitorea el desarrollo de este tipo de grupos.
Esta insurgencia antifederal no está precisamente conformada por racistas ni miembros de pandillas. A ella pertenecen, fundamentalistas cristianos, autodidactas, amas de casa, ex combatientes en Irak y Afganistán, ex integrantes de las fuerzas de seguridad, constitucionalistas, activistas anti-impuestos (Tea Parties), creyentes de las teorías conspirativas sobre el nacimiento extranjero de Barack Obama (Birthers), seguidores del proyecto 912 - que busca regresar a los estadounidenses a la unidad que se vivió luego del ataque a las torres gemelas-, y muchos otros que incluso pertenecen a mundo la música o de las mejores instituciones académicas.
Internet también ha puesto su grado de arena. La revolución y la inmediatez que ofrecen las actuales comunicaciones son claves para diseminar las ideas – reales o irreales, legales o ilegales - de forma efectiva, barata, y bajo el amparo del anonimato. Los Hutarees en un solo centro de operaciones tenían por lo menos 15 líneas telefónicas, impresoras profesionales, varios computadores e incluso su propio equipo de televisión. Sobra decir, que la intervención de las autoridades es motivo para el respaldo emocional de la propia convicción de los insurgentes. Es decir, justifica el ataque antigubernamental por cuenta de las aparentes restricciones en la libertad de expresión y en el porte de armas, ambos garantizados, respectivamente, por la primera y la segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.
Por ahora, controlar el surgimiento de las milicias será titánico. No solo por la facilidad que existe en Estados Unidos para comprar un arma, sino porque la misma Segunda Enmienda de la Constitución también contempla la existencia de “milicias bien reguladas”, que muchos interpretan como el derecho de formar su propio grupo con el único objetivo de defender las libertades de la carta magna estadounidense. Estos grupos paramilitares parecieran no darse cuenta que cada acción espectacular, da más armas al gobierno para restringir las libertades que tanto defienden.
Foto: Geopolítical Monitor