Digamos que Obama pretende devolverle algo de credibilidad al TNP luego de que Corea del Norte pateara el tablero en 2003 y desde entonces haya probado dos artefactos nucleares. Nada pasó entonces, y fue cuando Irán y Siria, que ya venían coqueteando con los átomos, confesaran que lo suyo era lo nuclear, dicen, con fines pacíficos y civiles.
En abril, Rusia y Estados Unidos acordaron recortar aún más la cantidad de armamento atómico, y actualizar las inspecciones mutuas para reducir el arsenal a 1550. Los muchos que esperaban que Obama renunciara por completo al uso de armas nucleares se decepcionaron cuando el carismático presidente tan solo se comprometió a imponer límites más estrictos para el uso de sus bombas. Días después en Washington 50 líderes del mundo se comprometieron con la seguridad de sus propios arsenales, y con algo que todavía debe estar retumbando en los oídos de los iraníes: menor dependencia en materiales como el uranio enriquecido para programas nucleares de uso civil.
La idea es que en esta reunión se fijen estándares obligatorios para el control nuclear. Los parámetros vigentes fueron redactados en 1971, cuando el pastel atómico pertenecía casi exclusivamente a la ex Unión Soviética y a Estados Unidos. Nada que ver con los nuevos socios del club que requieren seguimientos más inmediatos e inspecciones detalladas. La gran mayoría ha aceptado un protocolo adicional de acuerdo a los estándares de la Agencia de Energía Atómica, sin embargo Irán y Siria no se acogen, en parte envalentonados por el respaldo de Brasil y Egipto.
La próxima reunión verá como siempre los reparos de Irán, que probablemente no acceda a las inspecciones. Desde Libia, se oirán los lamentos de Gadafi, que desde ya dice sentirse despreciado por no haber sido invitado a la reunión nuclear de principios de abril, aun cuando su país desactivó todo su arsenal. Siria se unirá al muro de los lamentos recordando el bombardeo israelí, en 2007, a sus instalaciones nucleares, en las que se sospechaba la participación de Corea del Norte e Irán.
El ambivalente Brasil también recibirá los reflectores. El consejo de ministros de Brasil acaba de aprobar la construcción de una tercera planta atómica – suspendida hace 21 años -. Para muchos el indicio concreto de que Lula busca con su Agra 3, como se llama el nuevo complejo, rescatar el programa nuclear brasileño concebido por la dictadura militar, que puede dar pie a “una carrera por la energía nuclear en América Latina”, con “un efecto de cascada en otros países de la región”. Y es que la nueva política nuclear de Brasil contempla la construcción de otras cuatro centrales nucleares para 2030. Al fin y al cabo el país posee la sexta mayor reserva de uranio del mundo.
Puestos en antecedentes nucleares y recordando la importante inversión iraní en Brasil, no sería raro que Lula respalde a Ahmadinejad, y se abstenga, o se oponga a cualquier documento que imponga sanciones financieras más estrictas. Brasil mismo se ha negado a que la Agencia de Energía Atómica inspeccione sus centrales en Resende, y advierte que no firmará ningún acuerdo que lo obligue a ello. [Venezuela, que ya ha mostrado interés por el programa nuclear iraní, observa y opina. Argentina tiene su propio reactor y desistió de su programa de armas nucleares y de destrucción masiva en 1983].
Lo cierto es que a estas alturas otros países se muestran incómodos con los parámetros que intenta imponer la AIEA – banco de combustibles, restricciones en adquisiciones, entre otros. Todos sin excepción traen a colación el caso de India que no es miembro del TNP. A Nueva Delhi, que sí ha desarrollado armas nucleares, se le permite, gracias a un acuerdo firmado con la administración Bush, la importación de tecnología y materiales restringidos para otros. Critican de paso que Estados Unidos no haya ratificado el Tratado Comprensivo para la Prohibición de Pruebas [Nucleares], CTBT por sus siglas en ingles, un tratado separado del de No Proliferación que busca terminar la producción de material de fisión para bombas atómicas.
Un país nuclear que no estará en la reunión de Nueva York, es Israel, que no pertenece al Tratado de No Proliferación. Una ausencia resentida por quienes le apuestan a demarcar en el Medio Oriente una zona libre de armas nucleares y otras de destrucción masiva. Israel ni lo considera, mientras según ellos, no se llegue a un acuerdo de paz satisfactorio.
Me temo, mucho me temo, que la reunión será un fracaso en términos prácticos, salvo que logren imponer importantes sanciones contra Irán. Igual fracasará en términos mediáticos. Ahmadinejad y su coro de ángeles guardianes espera la ocasión para aguarle la fiesta a Obama. Al fin y al cabo, el iraní y sus amigos, cuando hablan, venden mucho más.