viernes, 19 de marzo de 2010

ESTADOS UNIDOS: Who's that girl?

Tranquila y muy segura descendió aquella mujer del auto que la traía, rodeada de uno que otro guardaespaldas y esperada por decenas de personas en el abarrotado salón de un hotel en Los Ángeles. Sencilla pero con un arrastre inconfundible, fue la excusa perfecta para matar una aburridísima tarde en una ciudad, que para mí, es absolutamente tediosa y predecible.

No fue muy difícil acceder a una de las sillas para atender a uno de los mejores discursos que haya escuchado de una mujer en la política. Mención aparte merecen Margareth Thatcher y Hillary Clinton. El discurso, lleno de datos y análisis, fue memorable no solo por el ataque que lanzó sino por la pasión que le impuso a cada sílaba y el calculado fervor que provocaba en los asistentes. Al fin y al cabo no se trataba de un concierto. En el salón se encontraban reunida la coalición Republicana –Judía y uno que otro pato, que como yo, quería ver de cerca el evento.

La rubia en cuestión no era otra que Liz Cheney, la hija del vilipendiado Dick Cheney , la mano derecha de George Bush durante los años más duros de la guerra contra el terrorismo en Iraq. Liz, acababa de lanzar a través de su grupo Keep America Safe, un tremendo asalto contra siete abogados del Departamento de Justicia que respaldaban las quejas de los detenidos en Guantánamo. “Los siete de Alqaeda”, como los llamó, deberían definir “qué intereses están defendiendo”. Razón no le falta. El estadounidense normal se pregunta cómo diablos conjugar las penas y las condiciones bajo las cuales debe detenerse a un terrorista internacional que pretende matar a cientos de personas en un solo envión, y la justicia penal ordinaria que se encarga de crímenes de menor envergadura. Pareciera ser que la posición políticamente correcta del actual gobierno no sintoniza con los más profundos temores de los estadounidenses. Ni siquiera en California, bastión demócrata por naturaleza.

La reacción a la acusación de Cheney no se hizo esperar. La misma noche los republicanos más moderados decían sentirse “horrorizados” ante el embate de la más “recalcitrante derecha”. Sin embargo, y fuera de todos los pronósticos, al día siguiente las encuestas telefónicas, le dieron un impulso de popularidad a la combativa Liz.

No es para menos. La imagen de Obama se desploma en medio de la incredulidad de sus votantes, tal como lo anota Newsweek. Anoche mismo, los noticieros mostraban en horario AAA cómo el carismático Barack repetía una y otra vez un discurso sobre la reforma de salud en Estados Unidos con las mismas palabras. Cualquier televidente desprevenido aseguraría que se trataba de una repetición, sin embargo, poco a poco todos caíamos en cuenta de que era el mismo personaje en siete escenarios completamente diferentes. El presidente, no se preocupó ni siquiera por cambiar la entonación. Sus calculadísimas frases iban apenas adornadas de una introducción obvia del lugar de reunión. -“En verdad en verdad os digo, hermanos de …, que…”-. Mientras Obama – con todo su carisma- se desdibuja ante la prensa, Liz, capta la atención de Washington y de todos aquellos desencantados que no dan un peso más por la postura “light y populista” del demócrata presidente.

El tema, que en principio no pareciera ir más allá del mundillo del chisme político, tiene más agarraderas, no del todo inofensivas. Hay quienes hablan de una conspiración de “nacimiento” contra Obama dado su origen indonesio. Hay quienes van mucho más allá de las teorías, y en los magazines menos leídos, comentan de soldados, policías y probables “ejércitos paralelos” que se estarían gestando en las narices del mismo gobierno demócrata. No se trata de la trillada venganza racial favorita de aquellos que gustan de historias de víctimas y villanos. Se trata de un fenómeno palpable, que trasciende las razas, y que considera que el actual presidente estadounidense no tiene la capacidad para poner la cara por el país que lo eligió. Así, que como su padre, cuando se trata de atacar, Cheney no se queda corta en palabras cuando intenta demostrar a los estadounidenses que los demócratas han sido “débiles contra el terror” (soft on terror).

Cheney, de 43 años, no es ajena ni al poder ni a la política. Ha trabajado en el Departamento de Estado como subsecretaria de los Asuntos del Medio Oriente, bajo la batuta de Collin Powell; y posteriormente como Subsecretaria de Estado. Para los republicanos, Liz se perfila de cara al futuro como la perfecta candidata al despacho oval. Para 2012, espera ganar un escaño en el congreso bien sea por el estado de Virginia, donde actualmente reside, o por el estado de Wyoming, donde viven sus padres.
Hasta los más moderados republicanos reconocen que Liz Cheney no es cualquier figura. Saben que tiene más peso que la controvertida y extraña Sarah Palin. Contra Cheney pocos levantan la voz, y tímidamente aceptan que en la cara de Liz podría estar, en un futuro no muy lejano, la primera mujer presidente de Estados Unidos. Entre la Palin de Alaska y la Cheney de Virginia, hay mucho más que cinco horas de vuelo. El perfil de Cheney encaja perfectamente en el prototipo de heroína de las series de televisión que explotan hasta la saciedad el tema del terrorismo contra el estado y la población civil. Los seguidores de 24, de Canal Fox, sabrán a qué me refiero.

En la política no hay nada escrito, y de fallar la estrategia de Obama no cabe la menor duda que Estados Unidos volverá de nuevo a las redes republicanas. Esperando se encuentra esta desconocida y astuta mujer, pequeña, rubia, y de escaso maquillaje.