Pero lejos de ser un eje del mal, como bien pudieran catalogarlo políticos y analistas de lado y lado del planeta, es un eje de negocios. Difícil es entender para quienes desconocen el calor y la pasión latinoamericana, que los nuestros abrazan por todo, y que ese cálido abrazo, insoportable para muchos, y seguramente inesperado para el mismo Ahmadinejad, era simplemente un gesto de bienvenida cariñoso del brasileño. Nada más, nada menos. Pocas veces se ve sonreir al iraní. (Ampliar foto).
Mientras las ideas conspirativas se van tejiendo, se ha ido dejando de lado el hecho de que para el presidente iraní se trataba de una misión comercial que incluía a 200 empresarios. Convenientemente también se ha ido olvidando que Lula es práctico y que si una visita le significa a su país millonarias entradas por concepto de exportación de carne, granos, azúcar, camiones y buses, bienvenida sea. Como en la turra, todos toman, todos ponen. Irán quiere invertir en industria petrolera, petroquímicos, agricultura, minerales y finca raíz, y Brasil es el terreno perfecto, relativamente independiente de las políticas mundiales, y sobre todo muy rico. En abril del próximo año estaremos escuchando las mismas letanías, pero esta vez porque Lula será quien visite Teherán con un numeroso grupo de empresarios.
Pero si alguien quiere buscar culpables del affair Luladinejad, debe buscarlo en la Casa Blanca en Wahsington, y cómo no, en el Palacio de Miraflores en Caracas. El presidente estadounidense Barack Obama y el mandatario venezolano Hugo Chávez fueron las celestinas. Chávez los presentó, y Obama no escatimó cuando dijo durante la cumbre del Grupo de los 20 en Londres que “Lula is the man” - Lula es el-hombre-. Una cosa es que lo crea la gente, otra que Obama “superstar” lo diga, y otra que la encuestas lo corroboren. Lula es el líder político mundial más aceptado. Obama, con su guapura, su raza, y su carrera meteórica y cercana al populismo, tiene un 50% que palidece junto al 79% del barbado y sensual suramericano. Irán, que nada tiene que perder, y que cuenta con el presidente Chávez como chaperona, simplemente se le acercó al mejor. Una cosa es que Chávez vocifere y diga que Irán tiene derecho al uso de energía nuclear con fines civiles y otra es que el pragmático Lula le dé la bendición.
Lula, de 64 años, incluso se da el lujo de sugerir el comportamiento que sus compañeros de poder deben tener frente al persa rebelde. “Le dije a Obama, a Sarkozy –el Presidente de Francia-, y a Angela Merkel –Canciller de Alemania-, que no lograremos nada bueno de Irán acorralándolo. Ustedes tienen que crear un espacio para conversar”. Incomoda advertencia sin duda del vocero de los BRIC (Brazil, Rusia, India y China). En aquella ocasión Lula fue más allá. Por un lado, defendió el derecho de Israel a velar por la seguridad de su estado, pero por el otro le propinó un gran golpe al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuando dijo que es la Agencia de Energía Atómica la que debe lidiar con el problema de Irán.
Muy justo para algunos e increíblemente conveniente para otros. Muy generoso Lula, por supuesto, ¿Pero hasta qué punto? Veamos. Brasil es el séptimo país en reservas mundiales de uranio, mineral que utiliza por supuesto para su propio programa de energía nuclear, sin que nadie le diga que está fabricando bombas. Hasta ahora, porque otra cosa puede suceder luego de las palabras del “amigo” Ahamdinejad ante la prensa. Ese “… podremos crear alianzas para construir plantas nucleares…” quedó resonando y a más de uno lo dejó con un tarugo en la garganta. Sin embargo, bien podría ser parte de la retórica del presidente iraní, que sin llegar a tocar los temas de sus propias funciones corporales por televisión, se parece a la del mandatario venezolano.
Si en su periplo latinoamericano lo esperaba Lula, también lo esperaban Chávez y por supuesto el Presidente de Bolivia Evo Morales. Nada raro, porque si de negocios se trata, hay que hacerle el quite a las sanciones comerciales. Sin embargo, la escogencia de Irán hacia Brasil, por encima de su conflictivo amigo de Venezuela, asciende a Lula a los altares como posible mediador en un tema tan delicado como el del Medio Oriente, y a Brasil como candidato perfecto para su lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dos líderes en la región, sin duda, han perdido el estrellato, y aunque no lo digan, debe sentir que a las estrellas de sus banderas las opaca un gran globo azul.
Son las nuevas ventajas del mundo multipolar. No en vano, por Sur América han pasado últimamente Shimon Peres, el Presidente de Brasil, y Mahmoud Abbas el líder de la Autoridad Palestina. La lectura es obvia. Los BRIC parecen más balanceados que Europa y Estados Unidos, y Brasil es el mejor de los cuatro. Lula no es igual a Dmitry Medveved, el Presidente de Rusia que gobierna a la sombra de Putin, ni Brasil igual a India ni a China –los dos con conflictos religiosos que involucran a minorías musulmanas.
Lula, como buen brasileño respira fútbol, samba y riqueza por los poros, sin duda una combinación especial que le permite ser visto como un mandatario exótico, fresco, ecuánime y con “modos”. Tanto, que habrá que ver qué tan en serio toman Estados Unidos, Rusia, China, Francia, e Inglaterra su última propuesta. En su última alocución radial semanal dijo tener un sueño que lo acompañaba desde hacía tres años, “…organizar un partido de fútbol de paz, en un estadio neutral, de un equipo mezclado entre israelíes y palestinos contra la selección brasileña de fútbol”. La idea no puede ser otra que la de intentar a través del fútbol lo que China y Estados Unidos intentaron durante la guerra fría. Reemplazar la diplomacia con el ping pong. Interesante jugada, si se tiene cuenta que su nuevo “socio” quiere borrar a parte de uno de los equipos de la faz del planeta.
Lula, de 64 años, incluso se da el lujo de sugerir el comportamiento que sus compañeros de poder deben tener frente al persa rebelde. “Le dije a Obama, a Sarkozy –el Presidente de Francia-, y a Angela Merkel –Canciller de Alemania-, que no lograremos nada bueno de Irán acorralándolo. Ustedes tienen que crear un espacio para conversar”. Incomoda advertencia sin duda del vocero de los BRIC (Brazil, Rusia, India y China). En aquella ocasión Lula fue más allá. Por un lado, defendió el derecho de Israel a velar por la seguridad de su estado, pero por el otro le propinó un gran golpe al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuando dijo que es la Agencia de Energía Atómica la que debe lidiar con el problema de Irán.
Muy justo para algunos e increíblemente conveniente para otros. Muy generoso Lula, por supuesto, ¿Pero hasta qué punto? Veamos. Brasil es el séptimo país en reservas mundiales de uranio, mineral que utiliza por supuesto para su propio programa de energía nuclear, sin que nadie le diga que está fabricando bombas. Hasta ahora, porque otra cosa puede suceder luego de las palabras del “amigo” Ahamdinejad ante la prensa. Ese “… podremos crear alianzas para construir plantas nucleares…” quedó resonando y a más de uno lo dejó con un tarugo en la garganta. Sin embargo, bien podría ser parte de la retórica del presidente iraní, que sin llegar a tocar los temas de sus propias funciones corporales por televisión, se parece a la del mandatario venezolano.
Si en su periplo latinoamericano lo esperaba Lula, también lo esperaban Chávez y por supuesto el Presidente de Bolivia Evo Morales. Nada raro, porque si de negocios se trata, hay que hacerle el quite a las sanciones comerciales. Sin embargo, la escogencia de Irán hacia Brasil, por encima de su conflictivo amigo de Venezuela, asciende a Lula a los altares como posible mediador en un tema tan delicado como el del Medio Oriente, y a Brasil como candidato perfecto para su lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dos líderes en la región, sin duda, han perdido el estrellato, y aunque no lo digan, debe sentir que a las estrellas de sus banderas las opaca un gran globo azul.
Son las nuevas ventajas del mundo multipolar. No en vano, por Sur América han pasado últimamente Shimon Peres, el Presidente de Brasil, y Mahmoud Abbas el líder de la Autoridad Palestina. La lectura es obvia. Los BRIC parecen más balanceados que Europa y Estados Unidos, y Brasil es el mejor de los cuatro. Lula no es igual a Dmitry Medveved, el Presidente de Rusia que gobierna a la sombra de Putin, ni Brasil igual a India ni a China –los dos con conflictos religiosos que involucran a minorías musulmanas.
Lula, como buen brasileño respira fútbol, samba y riqueza por los poros, sin duda una combinación especial que le permite ser visto como un mandatario exótico, fresco, ecuánime y con “modos”. Tanto, que habrá que ver qué tan en serio toman Estados Unidos, Rusia, China, Francia, e Inglaterra su última propuesta. En su última alocución radial semanal dijo tener un sueño que lo acompañaba desde hacía tres años, “…organizar un partido de fútbol de paz, en un estadio neutral, de un equipo mezclado entre israelíes y palestinos contra la selección brasileña de fútbol”. La idea no puede ser otra que la de intentar a través del fútbol lo que China y Estados Unidos intentaron durante la guerra fría. Reemplazar la diplomacia con el ping pong. Interesante jugada, si se tiene cuenta que su nuevo “socio” quiere borrar a parte de uno de los equipos de la faz del planeta.