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“…Mientras esperábamos a Sombra para que diera la orden de abrir la puerta, uno de los prisioneros, vestido en prendas civiles bastante deterioradas, como los otros, se nos acercó. Tenía el pelo largo hasta la cintura y una barba larga que lo hacía lucir como una versión colombiana de Robinson Crusoe. Nos saludó en español… "Buenos días”.
Un grupo grande de prisioneros, por lo menos de unos veinte, salió del edificio y se agarró a la cerca. Como el hombre que antes nos había saludado, todos estaban vestidos con harapos.
“¿Hace cuánto que están aquí?” pregunté en español.
“Algunos de nosotros cuatro años, otros cinco, otros seis,” me dijo uno de ellos en un inglés claro aunque con acento.
Sentí un retorcijón de estómago. El grupo se encontraba en malas condiciones. Uno de ellos tenía un salpullido que le cubría toda la espalda, otros no tenían dientes, otros se estaban quedando calvos y difícilmente se mantenían de pié. Mi primera sensación fue de solidaridad, poco después me dí cuenta que nosotros podíamos terminar como ellos. Asumimos que íbamos a ser encerrados con este grupo, pero Sombra dijo, “Vámonos”, y continuó paseándonos en medio de todos sus preciados trofeos. Ante nuestros ojos apareció una zona más pequeña, rodeada por cercas de las que colgaban algunas cadenas.
Sombra nos llevó hacia la puerta, y estábamos esperando a entrar cuando una mujer, blanca y delgada, de pelo trenzado, apareció con otros cinco o seis que la seguían. Pasamos con Sombra por la puerta principal y nos dimos cuenta que ella y los otros cinco estaban en otro lugar cercado todavía más pequeño.
“…Mientras esperábamos a Sombra para que diera la orden de abrir la puerta, uno de los prisioneros, vestido en prendas civiles bastante deterioradas, como los otros, se nos acercó. Tenía el pelo largo hasta la cintura y una barba larga que lo hacía lucir como una versión colombiana de Robinson Crusoe. Nos saludó en español… "Buenos días”.
Un grupo grande de prisioneros, por lo menos de unos veinte, salió del edificio y se agarró a la cerca. Como el hombre que antes nos había saludado, todos estaban vestidos con harapos.
“¿Hace cuánto que están aquí?” pregunté en español.
“Algunos de nosotros cuatro años, otros cinco, otros seis,” me dijo uno de ellos en un inglés claro aunque con acento.
Sentí un retorcijón de estómago. El grupo se encontraba en malas condiciones. Uno de ellos tenía un salpullido que le cubría toda la espalda, otros no tenían dientes, otros se estaban quedando calvos y difícilmente se mantenían de pié. Mi primera sensación fue de solidaridad, poco después me dí cuenta que nosotros podíamos terminar como ellos. Asumimos que íbamos a ser encerrados con este grupo, pero Sombra dijo, “Vámonos”, y continuó paseándonos en medio de todos sus preciados trofeos. Ante nuestros ojos apareció una zona más pequeña, rodeada por cercas de las que colgaban algunas cadenas.
Sombra nos llevó hacia la puerta, y estábamos esperando a entrar cuando una mujer, blanca y delgada, de pelo trenzado, apareció con otros cinco o seis que la seguían. Pasamos con Sombra por la puerta principal y nos dimos cuenta que ella y los otros cinco estaban en otro lugar cercado todavía más pequeño.
Estábamos a punto de entrar en su espacio, cuando escuchamos a la mujer diciéndole a otro en español, “No hay lugar para todos, ¿Qué vamos a hacer? No los podemos dejar aquí. No va a resultar. Tenemos que decírselo”.
“Ingrid, haremos con ellos lo mismo que hicimos por ti. Les daremos la bienvenida”, le respondió el hombre. No necesitábamos saber de quién se trataba, era Ingrid Betancourt. Justo año y una semana antes de nuestro accidente, Betancourt había sido capturada por las FARC.
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…Basados en cómo nos recibió, pudimos concluir que en realidad ella no era tan diplomática. Ignorando lo que su compañero de cautiverio le había dicho, ella se acercó a Sombra y le repitió sus preocupaciones sobre la reducción de su espacio si llegaban otros más. Lo que más me sorprendió es que parecía darle órdenes a Sombra cuando usaba el verbo poner, diciendo, “Póngalos en alguna parte más”. Aún cuando no hubiera podido aprender más español, hubiera podido reconocer que ella no estaba solicitando, estaba exigiendo. Ella nos quería en otra parte. Su tono era cortante, y pude ver la cara de disgusto de Sombra. Por alguna razón, Sombra cedió a los reclamos de Ingrid y se dejó guiar por ella dentro del lugar donde estaban los políticos. Podíamos escuchar dos voces femeninas, la de Ingrid y la de otra mujer, cuando le gritaban a Sombra. Unos minutos después, Sombra salió y pasó de largo, sin siquiera dirigirnos la mirada.
…Luego de un corto debate entre ellos, los políticos vinieron a saludarnos. En esta ocasión parecían genuinamente felices de vernos, incluso Ingrid, que me dijo en su preciso inglés, “Estamos felices de tenerlos aquí. ¿Ya saben qué van a hacer esta noche? Tendremos una fiesta. Vamos a bailar.” Ella sonrió y se dio la vuelta, y me quedé pensando sobre qué le habría pasado y por qué esta mujer había cambiado tan pronto y tan drásticamente de actitud hacia nosotros.
…”Sus familias están bien, Keith y Marc. Las hemos escuchado en la radio”, nos dijo Ingrid a dos de nosotros. …Ella continuó contándonos lo que nosotros queríamos oír de nuestras familias, que nuestra compañía estaba cuidando bien de ellas. Oírlo fue de gran tranquilidad para nosotros.
…Ella nos presentó a un tipo bajito de apariencia distinguida, Luis Eladio Pérez, a quienes ellos llamaban Lucho. Él le pasó el brazo por la cintura y se unió a la conversación como si estuviéramos en cualquier cóctel. Los dos nos llenaron de noticias que habían oído de las FARC , de posibles conversaciones, intercambio de secuestrados, y liberaciones. Les creíamos porque eran colombianos, políticos, conocían su cultura y a todos los jugadores. Ambos, Lucho e Ingrid, parecían seguros de que la liberación de Ingrid estaba cercana. De hecho, ella creía que la razón por la cual las FARC habían construido aquel campo de prisioneros para su liberación. Ellos, Las FARC; querrían que ella viera a todos los secuestrados para informar que estaban vivos y bien.
“¿Pueden creerlo? Dijo Keith tan pronto Ingrid se fue. “La princesita piensa que las FARC han construido este castillo para ella sola. Qué arrogancia…”
Luego de una corta conversación, nos dieron tiempo para acomodarnos, pero no acabábamos de poner las cosas en los bancos cuando otra mujer se acercó. Se presentó como Clara Rojas, y su misión era discutir el horario del baño. Clara era delgada, y se veía frágil, pero su sonrisa brillante y nerviosa parecía como una luz de neón que no guardaba relación con lo que decía. …Como Clara hablaba en español, realmente no podía entenderla, pero se veía agitada, y de lo que me pude dar cuenta, cada una de sus frases empezaba con la palabra Ingrid.
Cuando Clara dejó de hablar, Tom me explicó que Ingrid y Lucho habían decidido el horario para bañarse y que los demás debíamos ajustarnos a los huecos disponibles. Todo esto correspondía a nuestras percepciones. Nosotros llegábamos a un territorio ya establecido y teníamos que acomodarnos en él. Si el área externa parecía dominada por Ingrid y Lucho, por lo menos el edificio era suficientemente grande para nosotros diez, y así mismo estaba dividido.
Mudarse de un lugar a otro, donde otros ya se habían establecido sería una experiencia interesante – como ser un estudiante nuevo en el colegio y tener que imaginar quienes eran amigos con quienes, y todo eso…. Casi inmediatamente sospeché de uno de los colombianos, Orlando, que vino al día siguiente a decirnos que había una discusión sobre dónde íbamos a dormir nosotros. Pensábamos que todo estaba solucionado pero Orlando le contó a Tom que Clara estaba intentado que las FARC nos diera un camarote para tres para liberar espacio para los demás. No sabíamos si creerle, porque no escuchamos a Clara decir nada de eso. Orlando parecía de alguna forma interesado en poner en mal a Clara, pero con qué propósito?
Apartes de Out of Captivity. Marc Gonsalves, Keith Stansell, y Tom Howes.
*La traducción de los apartes de las páginas referidas no constituye ningún intento de plagio, ni de una traducción oficial del libro en mención. Se trata de párrafos escogidos que dan una visión general de algunos temas interesantes y que se han debatido en los medios de comunicación. La traducción es libre y no existe de por medio ningún interés económico o de violación de los derechos de autor.