viernes, 20 de febrero de 2009

Envejece el Dalai y muere el Tibet

Tenzin Gyatso, de 73 años, ya está mayor, ha vivido casi medio siglo en el exilio y no tendrá otra opción que la de dejar al Tibet huérfano y a punto de bocado de Beijing. No hay nada más que hacer. El Dalai Lama va terminando su ciclo y no hay quién lo sustituya.

Todos especulan, todos, especialmente las generaciones mayores temen que una vez el Dalai Lama muera, el movimiento tibetano perderá su fuerza y lentamente se evaporará de las noticias internacionales.

El Dalai Lama se ha retirado poco a poco y en cambio, el control parece asumirlo el gobierno tibetano, escogido por China, claro está. Y es que el Dalai, que ha vivido en el exilio luego de su dramática fuga en marzo de 1950, ha terminado por ser más un ciudadano del norte de la India que de su conflictiva región natal. Sabe que es reconocido internacionalmente por su lucha en contra del gobierno chino, que es respetado por su Premio Nobel de Paz, y que ha sido considerado por Newsweek como una de las personas más influyentes del planeta.

La fama y el coraje del Dalai Lama, han lanzado al movimiento tibetano a nivel mundial y han alimentado el sueño de muchos tibetanos que sueñan volver a una Lhasa libre, aquella que no es de libre visita, aquella a la que muchos no llegarán porque sencillamente el gobierno chino los cataloga suficientemente peligrosos como para poner una bota en el techo del mundo.

Poco hay por hacer. Las antiguas generaciones creen, según la tradición, que el sucesor del Dalai Lama, debe ser su reencarnación, así que tomará un buen tiempo antes de que renazca un nuevo y verdadero líder. Todos lo saben pero nadie lo comenta. Existe la fe. Aquella que da por hecho que “Su Santidad tomará la mejor decisión sobre la elección de su sucesor para beneficio del futuro de los tibetanos en el exilio y en el mismo Tibet”.

Es probable que Tenzin Gyatzo vea pero no diga que vendrá una época dura para el Tibet. No son poco los jóvenes dentro y fuera de la zona especial que buscan la completa independencia tibetana y ven al Dalai Lama, no como un liberador, sino como esa fuerza que ataja su radical forma de pensar y actuar. No quieren más mediaciones, están dispuestos a la lucha, dispuestos a cubrir la nieve de sangre, si fuera necesario. Basta con darle una ojeada a la publicidad del Congreso de Juventud Tibetana.

Beijing quiere apropiarse del Tibet y ha declarado al Dalai Lama como traidor. Uno que intenta fomentar la revolución violenta en el Tibet para lograr una independencia que China no está dispuesta a conceder, no solo por territorio sino por las enormes riquezas que se esconden bajo el hielo.

Nadie sabe cuál será el destino real del Tibet, pero muchos apuestan a un cambio radical en la actual estructura religiosa y gubernamental luego de la muerte del Dalai Lama. Se prevé que crecerá la frustración de los exiliados tibetanos, que en el mejor de los casos bien pueden preferir quedarse en el olvido.

Desde occidente todos pensamos que el apoyo al Tibet crece. No es correcto. Crece de corazón pero no de acción, a medida que el mundo se arrodilla ante Beijing por puro interés… una chequera vale más que mil palabras.

El Dalai Lama sabe que no es inmortal y aunque no evita las preguntas sobre su sucesor, baraja las respuestas, y casi que prefiere dejar la sensación de que el tema debe ser “democráticamente” decidio por los tibetanos, aunque todos sepamos que será literalmente imposible. Ha dicho que su sucesor bien podría ser de sexo femenino, aunque la tradición diga que debe ser un hombre. Como si fuera poco, y quizá presintiendo su próxima partida, se ha descrito como un “simple monje budista, ni más ni menos” y habla de su retiro, aun cuando todos en el Tibet lo consideran un “dios real”, aquel que careciendo de palacios y títulos nobiliarios, es recibido como máximo jerarca y gobernante en cualquier parte del mundo.

“Si la gente cree que la institución del Dalai Lama es necesaria, entonces continuará”, dice. “Hay mucha formas de elegir a un sucesor. La clave es si continuar con la institución del Dalai o no. Luego de mi muerte los líderes tibetanos podrán debatirlo”. Nada más, nada menos. Para muchos literalmente un abandono.

Los tibetanos en el exilio creen que cuando su líder se vaya, será el gobierno chino quien lo reemplace, tal y como ha sucedido con la controvertida figura del Panchen Lama, el segundo abordo en la religión tibetana. Todos recuerdan cómo Beijing obligó a los monjes tibetanos a elegir a Gyacain Norbu , a cambio de Gedhun Choekyi Nyima, escogido por el Dalai Lama y quien es considerado como el prisionero político más joven del mundo.

El Dalai Lama envejece y China está comprando tiempo a su favor para solucionar el reclamo del Tibet. Aunque el Dalai Lama nombre su reemplazo, este sin duda será un niño. Un niño al cual le quedarán décadas para que realmente pueda asumir su importantísimo papel religioso. Décadas en las cuales Tibet desaparecerá no solo como cultura, sino como techo del mundo, a medida que sus nieves perpetuas ceden ante la silenciosa colonización de nativos chinos, el calentamiento global y el deshiele del permafrost de sus montañas.

Tenzin Gyatso agoniza, como cualquier mortal. Con él, décadas de lucha, de espiritualidad y de aislamiento. Marca una nueva era mundial aunque muchos no lo crean. Aquella en la que los verdaderos líderes espirituales escasean, aquella que nos dejará bajo la débil batuta de las religiones tradicionales. Aquella que nos deja el reto de descubrir en nosotros ese Don que habita y que, como le decía a alguien especial esta tarde, está ahí para nosotros aún en las cosas más sencillas.
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