Los presidentes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela se reunieron el pasado 23 de mayo en Brasilia para lanzar con bombos y platillos la Comunidad de Naciones Suramericanas, UNASUR.
Por encima, la idea principal no es otra que establecer pautas judiciales y políticas que aceleren la integración económica de una región con reconocido potencial de desarrollo. Sus 17.6 millones de kilómetros albergan el 27% de agua dulce del planeta, ocho millones de kilómetros cuadrados de bosques, dos océanos y reservas de hidrocarburos para los próximos 100 años. Sus 361 millones de habitantes generan un PIB de 973 613 millones de dólares, profesan en su mayoría la misma religión, comparten valores históricos y sociales, y se comunican básicamente en dos idiomas inteligibles entre ellos.
Pero sin duda el tema que a fondo desvela es la creación del Consejo Suramericano de Defensa (CSD), que aunque ha sido propuesto como un “mecanismo de integración que permita discutir las realidades y necesidades de defensa de los países suramericanos; reducir los conflictos y desconfianzas, y sentar las bases para la futura formulación de una política común de defensa”, para algunos observadores no es más que la conformación de una estructura similar a la de la OTAN. No extraña entonces, la posición del gobierno colombiano que evitó sumarse a esta porción del pacto debido “a las amenazas de terrorismo y sus conocidas consecuencias”. Sin duda, una diplomática referencia a la negativa y a la tibia posición de algunos de los países integrantes del naciente consejo de seguridad, incluyendo Brasil, ante la amenaza terrorista de las FARC en territorio Colombiano.
El desaire colombiano al CSD, que no pasaría de ser una anécdota más de las deterioradas relaciones entre Ecuador, Venezuela y Colombia, es considerado por muchos como el aislamiento militar de Colombia en Sur América, sin embargo es de puntual importancia para el presidente brasileño Luis Ignacio Lula, que no sólo pretende asegurar su posición como líder indiscutible de la región, sino que guarda la profunda ambición de obtener para Brasil el tan anhelado lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Para tal fin, Lula debe demostrar sus dotes de estupendo conciliador en una región suramericana cada vez más convulsionada no solo por la radicalización de las tendencias políticas sino por la nefasta infiltración del narcotráfico y de los grupos armados ilegales, de izquierda o de derecha, incluidos en la lista del terrorismo internacional.
Para la creación del Consejo Suramericano de Defensa dentro del paraguas de UNASUR ha sido particularmente importante la ausencia de Colombia, que comparte fronteras con Perú, Ecuador, Venezuela, Brasil y Panamá (que asistió como observador). Prueba de ello es que mientras Ecuador y Venezuela, desacreditan el contenido de los computadores capturados durante un ataque a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, que dan cuenta de sus estrechas relaciones con el grupo terrorista colombiano, Brasil ha anunciado que despachará cerca de 21000 soldados a la frontera con Colombia para asegurarse de que estos grupos criminales no penetren en territorio brasileño. La orden, según los comunicados de prensa, es de disparar.
La ausencia de Colombia también deja coja la alianza militar del CSD para la lucha contra el narcotráfico, cuyo trasiego por la Amazonia brasileña es cada vez más evidente. Colombia, que ha librado una lucha sin cuartel y con un altísimo costo humano y social es considerada como el socio natural y estratégico de cualquier política conjunta en contra del narcotráfico.
De otra parte, no hay que desconocer el altísimo impacto de la creación del CSD en la industria bélica brasileña. Uno de los gestores de esta organización supranacional es Nestor Jobim, Ministro de Defensa del Brasil quien podría tener interés no solo en la transferencia y cooperación tecnológica militar entre su país y otros menos desarrollados de América Latina, sino en la venta de armas –tanques, aviones, armamento liviano,etc-, que produce IMBEL (Industria de Material Bélico del Brasil). De hecho Brasil firmó en abril de este año la venta de 24 aviones Tucanos a Ecuador.
Si bien es cierto que la creación del Consejo Suramericano de Defensa es saludable para disminuir la dependencia militar de los Estados Unidos muchos se preguntan qué tan conveniente es situarlo desde su nacimiento bajo el sino de la confrontación militar, como lo sugiere el mandatario venezolano, y no bajo el de la “prudente distancia” como lo ha expresado el Ministro de Defensa del Brasil. Ambas respuestas de cara a la reactivación de la Cuarta Flota estadounidense, creada en plena Segunda Guerra Mundial, que estará basada en Mayport, Florida y responderá al Comando Sur ubicado en Miami. La ocasión, que no ha sido desaprovechada para insistir en las “malévolas intenciones del imperio”, pareciera –como lo aseguran varios informes especializados- que no es otra cosa que ponerle nombre al grupo que conforman 4 buques de guerra estadounidenses en misión contra narcóticos, al portaviones George Washington que transita por la zona, y al USS Boxer anclado en misión humanitaria en Guatemala.
Aunque el tema militar eclipsa mediáticamente al político, no deja de ser históricamente importante el nacimiento de UNASUR, porque como lo ha dicho el Presidente Lula “Sur América no solo será un concepto geográfico sino una realidad política, social y económica con sus propias reglas de funcionamiento”. De ser exitosa la unión, aunque por lo pronto Colombia no participe del tema militar, no cabe duda que se reforzará la posición del conjunto con relación a otros bloques económicos y políticos mundiales. UNASUR, cuyo objetivo principal es crear un mercado común hacia 2019, tendrá su sede principal en Quito, Ecuador. En Bogotá, Colombia, estará la sede del Banco del Sur, el ala financiera de la nueva organización. El Banco tendrá la tarea de coordinar el financiamiento de proyectos de ayuda multilateral.
Sin embargo, a pesar de sus estupendas intenciones, el éxito de UNASUR como organización dependerá de la tolerancia entre los estilos de gobierno de cada país, y en la transparencia e igualdad en la apreciación hacia el terrorismo y el narcotráfico , especialmente, si la idea es como ha propuesto el mandatario venezolano, incluir a Centroamérica y el Caribe en la misma plataforma de lanzamiento.
Sería un golpe de muerte “bolivarianizar” todo el proceso porque podría confundirse entre la necesidad natural del agrupamiento para competir bajo igualdad de condiciones con bloques económicos más fuertes y el sueño expansivo del presidente Hugo Chávez. El escudo que identifica a UNASUR, creado por el brasileño Guillermo Paula, pareciera haber sido diseñado, por lo menos a pedido del mandatario venezolano.
Exitosa como la Unión Europea o fracasada como tantas otras iniciativas latinoamericanas. Todo depende de los mismos actores de la UNASUR. No tendremos al moderado Lula para siempre.