Aunque el informe hace énfasis en los países pobres, en los países desarrollados también suena la alarma. Un lacónico infome del gobierno japonés, publicado la semana pasada, advierte que los japoneses pueden enfrentarse a una dieta solo a base de arroz y papa, sin carne alguna, por cuenta del aumento en el desabastecimiento mundial de comida. Japón, qué importa por lo menos un 60% de sus alimentos desde China, Australia, Estados Unidos y Canadá, verá irremediablemente cómo su dieta diaria cambiará drásticamente.
El informe japonés también identifica el escenario de una paralización total de las importaciones de comida y ha urgido al gobierno a tomar pasos decisivos para promover el consumo de la comida producida en territorio japonés, a revitalizar de forma inmediata la industria agropecuaria y a educar a los consumidores que están preparando más comida de la que consumen. En 2005, según Michael Fitzpatrick, un analista en economía de alimentos, Japón desperdició US$101.6 mil millones de comida. Otro informe especializado de la revista Shukan da cuenta de 6 millones de toneladas al año que se tiran por cuenta de los supermercados y tiendas 24 horas, que servirían para alimentar con las calorías básicas a 50 millones de personas.
Mientras los precios continuan su carrera hacia el alza para llegar, dicen los pesimistas pronósticos, a un aumento del 35% comparado con la década anterior, el campo en nuestra América Latina pareciera estar tirado en el abandono y en la miopía de sus propios gobiernos.
Este sería el momento de ideal para que los gobiernos de la zona se comprometieran con la tecnificación del campo y el alivio económico para estimular la agropecuaria y convertirse en su propia despensa. Preocupaban ya en el informe de la FAO en el 2006, dentro de los índices de subnutrición en América Latina, el 47% de Haití, el 27% de República Dominicana y Nicaragua, el 25% de Panamá y el 23% de Bolivia y Guatemala.
En 2006 ese mismo informe de la FAO sorprendía cuando comparaba el problema nutricional contra las exportaciones de alimentos. Y es que es irónico, por no decir inmoral, que países con un nivel importante de subnutrición tengan un altísimo promedio de agroexportaciones. No es otra cosa que satisfacer el sector exportador por encima de las necesidades alimentarias del propio país.
Deberíamos estar más dedicados a sembrar para el futuro y no a exportar revoluciones que entorpecen el presente y crean inestabilidad continental, a recuperar el campo de manos de quienes se han apropiado de él por medios violentos para el cultivo y el procesamiento de narcóticos, a seguir pensando en biocombustibles pero con topes de desarrollo para evitar que lo que ha de llegar al estómago de la población llegue a los tanques de los autos. Necesitamos darle al campo y a quienes lo trabajan el estatus especial que se merecen en consideración con la seguridad alimentaria nacional.
El tiempo para ponernos a tono con las nuevas realidades se agota. La carestía nos cogerá sin las armas necesarias para pelear contra el desabastecimiento mundial y el hambre. Los políticos de turno los de antes y los de ahora, habrán fallado una vez más. América Latina sigue a la perfección el modelo del burro con cascos de oro, aquel que por su condición de torpeza no se da cuenta que camina, patea y destroza a punta de coses su única riqueza.
Foto: Mercado en Antigua, Guatemala