sábado, 28 de junio de 2008

Ortega y Gadafi, una amistad de vieja data

La noticia de que las FARC pidieron a Ortega su intervención en febrero de 2003 ante el líder libio Mohamar Gadafi para adquirir un préstamo por cien millones de dólares para la compra de armamento de largo alcance, no solo es un grano más en un conflicto por ahora diplomático entre Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, es un recorderis de las relaciones de vieja de data de Ortega con lo más rancio del extremismo del Medio Oriente y con los grupos ilegales armados de izquierda en America Latina.

La nueva historia que comenzó con el asilo político a tres sobrevivientes del bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador, y prosiguió con una serie de acusaciones e insultos del mandatario nicaraguense a Alvaro Uribe, su homólogo colombiano, es perfectamente consistente con la tradición sandinista, entre los años 70 y 90, de dar asilo político e incluso la nacionalidad nicaraguense a personajes de una u otra forma involucrados en las redes del terrorismo internacional.

No es sino indagar un poco en los archivos de prensa para encontrar que uno de los terroristas que atacaron el World Trade Center en Nueva York en 1993 portaba documentos de identificación nicaraguense. Años atrás, durante los años 80, Nicaragua -que entonces recibía ayuda y axulio económico de Cuba que a su vez lo recibía de la entonces Unión Soviética - fue un centro importante de ayuda y entrenamiento del salvadoreño FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), de la Unidad Revolucionaria Nacional de Guatemala (URNG), las FARC y otros grupos. Pero la Unión Soviética colapsó y los sandinistas tuvieron que buscar otra fuente de financiación que encontraron en Irak y Libia.

Los periodistas e investigadores asiduos a Managua en esa época, notaban cómo desde la Embajada de Libia en Managua se manejaban las operaciones internacionales de Trípoli en el hemisferio Occidental. De otra parte, el desplome de la URSS y la reorganización mundial, fueron el aliciente para que muchos militantes marxistas, así como miembros de IRA, ETA y otras controvertidas organizaciones del medio oriente confluyeran en la Nicaragua sandinista. Poco a poco se conocía sobre la suerte de sus visitantes. De los miembros de ETA se supo cuando una explosión destruyó el taller de autos que habían montado dejando al descubierto armas y valiosos documentos ocultos -el equivalente en aquel tiempo a los actuales computadores de Reyes-: más de 300 pasaportes con fotografías de los miembros de una facción del Frente Sandinista, perfiles y datos personales de varios industriales latinoamericanos algunos de los cuales fueron víctimas de una bien montada red internacional criminal.

Llegan las elecciones del 90 con la victoria de Violeta Chamorro, y según el informe titulado "Los peligros de convertirse en un santuario militante" de Straford, los sandinistas aprovechan el interín entre el fin de su mandato y el nuevo para otorgar nacionalidad nicaraguense a 890 extranjeros de más de 30 países entre los que se encuentran Palestina, Irak, Algeria, Líbano y Libia. El objetivo: evitar la extradición o deportación de quienes no solo eran sus contactos hasta entonces, sino de quienes lo son actualmente. Aquella operación de las 890 nacionalidades quedó al descubierto con el caso del World Trade Center en Nueva York.

Por todo lo anterior, no es extraño que el grupo irregular colombiano haya pedido a Ortega sus buenos oficios ante Libia, como tampoco es extraño, como lo informa la prensa nicaraguense, que Ortega se desplace en un avión prestado por Mohamar Gadafi y mucho menos sorpresivo comunicado en el que el líder libio dice estar tan interesado, sin que diga cómo, en la colaboración de la solución del conflicto colombiano.

Lo que cada vez se complica o preocupa más, son las evidencias de relaciones más que amistosas entre Libia y Nicaragua, y Venezuela e Irán. Pareciera que no contentos con todo el desorden de estos últimos meses existiera el objetivo de internacionalizar el conflicto colombiano pero hacia el Medio Oriente, quizá con un solo objetivo: permitir que no prospere en Colombia ni una sola iniciativa democrática que no sea diferente a la que algunos persiguen. Su odio hacia los Estados Unidos es tal, que no les importará poner al pueblo colombiano como el foco central de una lucha que no le corresponde a Colombia, una lucha que algunos se han animado a enquistar y que puede encontrar en America Latina un trampolín perfecto.