Buenos días tristeza,
La Pollera Colorá, reconocida como el himno alterno de Colombia, ha dejado de ser nuestra. No porque alguien la haya pirateado ni porque nos hayan robado su autoría. Sencillamente hemos dejado de quererla, de cantarla y hasta de merecerla.
De nosotros no queda ni el más mínimo recuerdo del país alegre que solíamos ser. Nos queda la fama y de la fama nadie vive. Nos hemos dejado ganar por el pesimismo y la amargura. Desayunamos alacranes, almorzamos escorpiones y comemos serpientes para al final del día vomitar tarántulas que se reproducen como conejos.
Desde aquí los veo y me asombro, aunque no debería. Carecemos de la más mínima cordura ante los desafíos, nos decimos "berracos" pero al fin y al cabo no somos más sino un grupete que se deja manipular de lo que más creemos que conviene, sin pensar. Ponemos la mente al servicio de la derecha o la izquierda según el grado de inclinación real o forzada. Pocos son los neutrales y de cabeza fría que se atreven a rebatir a uno y otro bando. Que se atreven a aceptar las cosas positivas que van surgiendo enredadas entre la maleza sin importar que vengan del árbol que menos nos gusta.
Nos hemos vueltos ciclotímicos. Nos damos palmaditas en la espalda en las iglesias, nos alborozamos con cualquier victoria de Montoya, vivimos de los delirios del fútbol, de lo bien formada que está Amparo Grisales, de las tetas de silicona, de las cervezas así debamos todo el mes, entre muchas otras virtudes nacionales. Eso, cuando nos congratulamos.
De resto, parecemos vivir en el marasmo depresivo y en la inconformidad mal entendida. Pareciera que es imposible abrir la boca sin hacer daño. Ataques vienen y ataques van. Solo queda la sensación de que ninguno está dotado de la gallardía y la nobleza que exigen las grandes guerras. Ni siquiera hemos aprendido a manejar la libertad de expresión. Para nosotros la libertad de expresión consiste en decir lo que nos de la gana sin medir las consecuencias en términos morales y económicos. La libertad de expresión pareciera en Colombia ser indirectamente proporcional a la inteligencia.
Nos quedan los egos mal fundados. Las personalidades mesiánicas y salvadoras que parecen salidas de lo más profundo de Macondo. Mesiánicas y salvadoras para su propio ego porque no les importa arrastrar al resto a donde sea. Ese otro resto, aquel lejando a las cámaras, a los micrófonos y a las plumas, sufre después los embates de esa berraquera colombiana mal entendida. Pareciera pues que aquí la tan mentanda virtud fuera sinónimo de autodestrucción.
Nos quedan las verdades a medias. Todos tienen la suya propia y tiran para donde más convenga. Nunca sabremos la verdad. Todos se creen santos, todos se creen impolutos. Nada más falso.
Nos quedan las promesas de recompensa a las palabras criminales. Nada más absurdo que proponer menos cárcel por más palabras. ¿Qué credibilidad podría tener quien ha dado la orden de matar o secuestrar a cientos de personas, crímenes que sin duda lo pueden tener décadas en la cárcel? Nos queda la lección de que el crimen paga y que las alianzas impensables (tómenlo por donde quieran) son mucho más reales de lo que imaginan.
Hoy los poderosos se niegan a compartir silla con el presidente por las acusaciones contra su gobierno y familia, mañana es posible que se sigan negando a sentarse con otros por sus nexos con la guerrilla y sus actos violentos. Y así seguiremos siendo rechazados por nuestra propia incapacidad de ser emocionalmente inteligentes y desapasionados en nuestras apreciaciones.
Seguiremos dando tumbos entre lo que soñamos mejor con lo que no puede ser mejor. Estaremos pagando nuestra propia inhabilidad para tener discusiones con altura y análisis. Una vez más nos veremos entonces manipulados no solo por los políticos de turno sino por nuestros propios sueños y aventuras fallidas. ¿Lo disfrutaremos entonces? No lo creo. Seguiremos lamentándonos por 100 años de historia, por lo que fue y lo que no pudo ser, por lo que queremos y lo que realmente se hace. Seguiremos divididos porque solo vemos la basura que tiran los demás y no la propia. El mundo seguirá andando y nosotros permaneceremos masticando nuestra propia amargura.
Es hora de pensarlo y dar una buena lección: ni por uno ni por otro. Prefiero más el silencio de los que callan y aprenden, a la diarrea verbal de quienes articulan y ensucian.
Saludos,