11月10日
¡NOSOTROS LO HACEMOS POR USTED! -se habla de sexo-
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Tokio, 10 de noviembre de 2006
Buenas noches,
Bastante complicado es sentarse en un tren sin nada más que hacer que pensar en los polvos y trajines ajenos, sobre todo en estas épocas en la que todo parece tener un orden establecido. Desde luego, entre un abuelo de 80 y una señora jamona de unos 75 pocas cosas pueden imaginarse.
El tema llegó a colación luego de que algunos me pidieran la descripción concreta de la silla del amor. ¡A nombre cursi para un aparatejo que más parece a simple vista una silla de exploración nasofaríngea compartida! Y es que pareciera que en estas épocas, todos vamos por la higiene y el menor esfuerzo. Toallitas húmedas por aquí, jabones en gel por allá, máscara para protegerse de los virus en el tren... todo empezó con el condón. Pero esa es otra historia.
Les hablaba del menor esfuerzo. Suele ser bastante difícil, por lo menos en mi caso, permanecer durante horas imitando sin éxito las largas maratones de las películas triple X. No parece ser un haber exclusivamente a mi cuenta. Preguntando por ahí, pocos parecen decantarse por el mismo asunto y prefieren las artes amatorias cortas y seguidas, que las largas y extenuantes. Eso, tal cual, como limpiar el polvo con plumero y no con el trapo de marras que como si fuera poco luego hay que lavar.
La dichosa silla parece ser la solución a los problemas no solo de los amantes sino de los moteles japoneses y coreanos que ahora disfrutan de una suculenta clientela dispuesta a todo. A todo es a probar la silla que promete según los administradores del lugar, liberar la pasión amorosa y brindar ratos por supuesto, inolvidables.
Lo complicado no es convencer a la pareja para que le saque unos minutos a su apretada agenda para ir a probar no propiamente un bocado de sushi, sino un muchacho relleno pero sin ningún tipo de preparación. Lo realmente difícil es entrar, comenzar con las artes previas, desnudarse y luego, cuando la cosa promete ponerse buena, promete porque uno nunca sabe, tomar la decisión de ir a la silla de marras, y suspender lo ya iniciado. No se sabe si es mejor tomarle de la mano y llevarle al aparato, o si decirle al oido que prefiere no hacer ejercicio y sí que menos sudar antes de llegar a casa. Atrás quedaron los calambres musculares, el alarde de trapecista de circo, el "mire mijo/a lo que hacen ahí en la pantalla", y el aburrimiento de querer y no poder hacerlo.
Siéntese, provóquese y disfrute mi señora, que la silla le hace el resto. Todo, menos parar lo que ya no tiene remedio.
Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. Vaya siéntese usted en el artefacto en bola y con frío para ver al otro en las mismas condiciones y con medias. ¡Puede llorar... o puede reir! Oye.. y ¿Por qué no nos acercamos un poco para ver qué pasa? Mejor dicho, ¿Por qué no comenzamos en tu silla y luego pasamos a la mía? No, es muy incomodo. Entonces que, ¿Primero las juntamos y luego le damos? o ¿Nos imaginamos el asunto a distancia y luego las juntamos? Bueno pues ni idea, miremos a ver cómo funciona.
Como de probar se trata, y como es costumbre, comienza el tema con el juego digital. Al oprimir un botón comenzará la expedición hacia Alicia en el País de las Maravillas. Inmediatamente las caderas de ella rotan. Los dedos entonces ya no se deslizan sobre el otro, sino sobre el dichoso control para ver en qué consisten las otras nueve velocidades y cómo es el jaleo con todo y vibración incluida. Otro botón, y aquí es ella quien lleva literalmente la batuta hasta donde quiera. Justo de su lado están los controles de la silla del hombre. Así que nada de vallenatos con ritmo de salsa o con el aleteo de gallina que usan varios para el mismo chucuchucu. La fenomenal silla le hace todo el trabajo; así, sin que haya otra cosa en qué pensar que en gozársela.
Lo cierto es que dicen los surcoreanos que se la inventaron, que la probaron por lo menos con 100 parejas y que poco a poco fueron puliendo el tema de las inclinaciones y las rotaciones. Diez mil hoteles hay en Corea del Sur con el artilugio. En Japón, según la revista Shunkan, apenas hay ciento viente. No dicen cuánto cuesta la máquina pero le dejan saber a los interesados, que se esfuerzan en mejorarla y venderla a un precio más económico: a unos seis mil quinientos dólares para que los clientes se la puedan llevar a su casa.
Así pues que no sude tanto limpiando el polvo... ¡Déjenos! Nosotros lo hacemos por usted.
Saludos,
Soros