miércoles, 22 de noviembre de 2006

LA INCREIBLE HISTORIA DE UN TERRORISTA

11月21日
LA INCREIBLE HISTORIA DE UN TERRORISTA

Tokio, 21 de Noviembre de 2006

Buenas noches,

El Sunday Times del domingo publicaba una historia que hasta hoy retumba en las principales agencias de noticias. El relato, por llamar de alguna manera a una extensa crónica, era la confesión de Omar Nasiri, ex miembro del Alqeda, entrenado en los campos para terroristas de Afganistán y posteriormente enviado a Londres para colocar bombas, sin saber que el marroquí trabajaba para la inteligencia francesa. Sus revelaciones son interesantes y el escrito es de no parar.

Razón tienen las aerolíneas y las entidades a cargo de seguridad de prohibirnos cualquier cosa al subir al avión. El personaje dice con todo el desparpajo que en Afganistán no solo aprendieron a fabricar explosivos de la nada a través de fórmulas químicas y matemáticas complejas, sino da un listado de todos los implementos de uso diario ideales para tal misión: sirope, decolorantes, limones, lápices, azucar, café, sales de Epson, copos de algodón, baterías, fósforos, pinturas, productos de limpieza, blanqueador, líquidos para frenos, fertilizantes, arena - incluso su propia orina. Cuenta de cómo ante la dificultad para conseguir explosivos plásticos aprendieron a utilizar magistralmente los explosivos líquidos.

Dice Nasiri que todo debían aprender a hacerlo instintivamente, así que repetían una y otras vez las fórmulas hasta que pudieran recitarlas dormidos, y que todos los sábados su maestro les hacía pruebas. "El asunto no era para bromear", dice Nasiri. "Un error podía matarnos a todos".

Pero el espía de la historia deja saber su asombro ante la ignorancia de los grupos de inteligencia sobre el terrorismo del Medio Oriente. En el interín y para darle más suspenso al relato, cuenta su niñez en Marruecos y como vivió por cuenta de su hermano, devoto musulmán, con miembros de Alqeda por años. Cuenta cómo contrabandeaba explosivos para la guerra de Algeria y de cómo llegó a relacionarse con los líderes del grupo en Europa. Viaja luego a Afganistán para su entrenamiento como mujahid y según él se "especializa en todo tipo de armas, desde Kalashnikovs hasta misiles anti aéreos. Cómo conducir y cómo hacer estallar un tanque. Cómo poner minas, como tirar una granada para inflingir el mayor daño. Cómo pelear en las ciudades, como planear asesinatos y secuestros, y como resisitir la tortura. Aprendí a matar con mis propias manos", continúa Nasari.

"Aprendí sobre armas y el Corán y el mundo político de Ibn A-Sheikh Al-Libi, que era quien administraba los campos de entrenamiento de Osama Bin Laden, y quien posteriormente le mintió a la CIA sobre los nexos de Bin Laden con Saddam Hussein", dice y luego detalla cómo fue reclutado para cometer un atentado en Europa en 1996.

Lo que no sabían quienes lo entrenaron es que incluso mucho antes de que este personaje fuera a Afganistán se había rebelado contra ellos y sus masacres de inocentes. Había infiltrado sus campos como agente del DGSE, el servicio de contra espionaje francés. De vuelta en Europa, la DGSE lo envía a Londres para descubrir a los responsables de las bombas en París.

Nasiri, logra entonces contactar a uno de los imanes musulmanes más vigilados del Reino Unido - al fin de cuentas su misión era infiltrar las mezquintas londinenses-. Fue recibido con beneplácito por el clérigo que estaba asombrado de que el forastero conociera el secreto de por qué él había perdido sus manos y un ojo -la historia oficial decía que el ahora religioso había perdido sus miembros en una labor heróica desactivando una mina en el cambo de combate en Algeria. Nasiri sabía la verdad: le había estallado una mezcla en pleno entrenamiento en Afganistán-. El imán también alababa al nuevo amigo por su experiencia en explosivos.

Narra Nasiri, cómo en pleno Londres encuentra personajes que ha visto antes en los campos de Afganistán y descubre cómo los jóvenes que asisten a las mezquitas son manipulados por gente que ni siquiera tiene idea de religión. Personajes apasionados y con voz fuerte, que a punta de demagogia y desinformación los van incluyendo poco a poco en el mundo de Alqeda. Habla de enfrentamientos en las mezquitas entre indios musulmanes y pakistaníes porque cada uno quiere oir a su propio imán. El silencio reina, dice, cuando llegan los chicos inocentes a escuchar su sermón.

Nasiri casi muere de la risa, narrando como aquellos quienes dicen ser expertos en terrorismo son tan ingenuos y desconocen a su enemigo. Subestiman a los terroristas del Medio Oriente a quienes ven como niños molestando con armas de juguete. Luego concluye su increible relato recordando la terrible bomba de Dar es Salaam en Nairobi que mató a cientos e hirió a miles de personas. Sale entonces a caminar sin rumbo por Londres luego de ver las imágenes dantescas de Africa. El M16, el servicio secreto británico trata de ubicarlo. El no contesta ni su celular, nada.

Al día siguiente recibe una visita de los agentes secretos británicos que le tiran sobre la mesa un tiquete aéreo para viajar encubierto de nuevo a Afganistán y le piden "dejar todo lo que lo conecte a Londres -teléfonos, direcciones, fotografías. Todo". Entonces Nasiri lo entendió: los británicos querían deshacerse de él. Debieron tomarlo por irresponsable al no poderlo ubicar el día del atentado en Nairobi, cosa que no criticaba el espía. Bien sabía que un asesino tan bien entrenado y perdido causaba desconfianza.

La crónica concluye: "Yo no era James Bond peleando por la reina y el país. Creo que siempre los confundí. Pero ahora creo que los aterrorizo".

En un texto aparte Nasiri narra sofisticadas formas de tortura y cómo los terroristas árabes han aprendido a burlar las prácticas más terribles. Esas que uno, ni siquiera viviendo en un país violento, imagina.

El texto fue extractado de Inside the Global Jihad de Omar Nasiri, publicado por Hurts & Co. El pedazo que incluyo fue publicado por el Sunday Times el 19 de Noviembre de 2006. Texto completo en inglés: http://www.timesonline.co.uk/article/0,,2087-2460306_1,00.html

Saludos,

Soros