El informe de la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica) ha sido mediocre, por no llamarlo de otra manera. Dice lo que todos ya sabíamos: que las autoridades nucleares japonesas subestimaron los riesgos de la planta nuclear de Fukushima, y que Japón necesita un organismo independiente para vigilar los asuntos atómicos. Se quedó corta en señalar responsabilidades antes y después de la catástrofe, particularmente en la falta de transparencia en los datos que tenían que ver con las centrales nucleares. Aplaude, como lo hacemos todos, la valentía de esos primeros operarios que en condiciones paupérrimas atendieron las primeras horas después del terremoto. Subraya la organización en la evacuación alrededor de la planta.
Para la Prefectura de Fukushima y para los sufridos japoneses la preocupación no termina. Los datos sobre qué tanto se ha extendido la radiación de Fukushima son confusos. El panorama no es el mejor. La información, sigue saliendo a cuenta gotas, pero hay que reconocer que gracias a la presencia del organismo internacional atómico, hoy se sabe mucho más que hace unos días.
Según el informe entregado por el gobierno a la AIEA la situación en Fukushima es mucho peor incluso que la misma fusión del reactor nuclear. Se trata del “Melt-through”, o el derrame ocasionado por la fisión nuclear acumulado en el contenedor exterior (imagen). Es el peor escenario en un accidente nuclear. El caso de Fukushima es severo porque hay que recordar que los contenedores y los mismos edificios que los contienen presentan grietas por las que escapa constantemente líquido altísimamente radioactivo al océano y muy probablemente a la tierra, con la escalofriante posibilidad de estar incluso contaminando fuentes de agua subterráneas.
Por fín las autoridades han aceptado que las “voces histéricas”, como llamaron algunos funcionarios a las declaraciones de expertos nucleares internacionales después de vista la catástrofe, tenían razón. Hoy, la historia es diferente. La radiación emanada por Fukushima durante los primeros días llegó a los 770,000 terabecquereles el doble de lo inicialmente informado. Es decir el 40% del total de las emisiones estimadas durante la crisis de Chernobyl.
Después de haber mantenido durante los primeros días que la contaminación estaba circunscrita a un área menor y que no representaba mayor daño a la salud humana a mayor distancia, hoy sabemos que la radiación se ha extendido sobre cientos de kilómetros cuadrados especialmente hacia el noroeste, a lo largo de la costa y 150 kilómetros mar adentro. Vale la pena recordar la agria discusión entre Washington y Tokio en los días que siguieron a la catástrofe. Mientras Tokio insistía en que la evacuación a 20 kilómetros era suficiente, Washington ordenaba a sus ciudadanos evacuar inmediatamente 50 kilómetros a la redonda.
Ahora, a tan solo 25 kilómetros de la planta de Fukushima, algunos suelos registran cesio-137 que pasa fácilmente de los 5 millones de becquereles por metro cuadrado. Si tenemos en cuenta que el cesio tiene una vida promedio de 30 años, y que entre más tiempo permanezca en contacto con la tierra penetra mucho más el suelo e incrementa el riesgo de contaminación de agua subterránea, no es difícil imaginar el futuro que le espera a esa zona del país. Una zona muerta, como la que rodea a la planta de Chernobyl para la que hay pocas posibilidades de recuperación a corto plazo.
Arnie Gunderson, un experto nuclear y asesor para agencias oficiales de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, y otras organizaciones internacionales, siempre ha sostenido que la crisis de Fukushima es peor que la de Chernobil. El científico asegura que llegado el caso de un terremoto severo que derrumbe el edificio No.4, que contiene barras de combustible de 3 o 4 reactores, lo más prudente es abandonar inmediatamente Tokio, “lo más lejos posible, o en dirección contraria a los vientos”. Las noticias locales, no dicen, nada absolutamente nada del debilitamiento de la estructura de ese edificio. Rastreando un poco los archivos se puede entender por qué lo ha dicho: TEPCO ha reconocido tener que reforzar la estructura de las piscinas que contienen el reactor para evitar un colapso. Eso, sin tener en cuenta las consecuencias que podría tener la temporada de tifones que se acerca, si no se acelara el trabajo de estabilización.
Fuera de Japón pareciera que las cosas en esta zona de Asia estuvieran mejorando. No es cierto. La situación permanece estática. Aparte de la lógica lentitud de la reconstrucción, económicamente, Japón está en “respiración asistida”. Unido al enorme costo de la recuperación de zonas desoladas por el tsunami, hay que sumarle el costo que supone el desmonte de los 6 reactores nucleares de Fukushima y la descontaminación del suelo, para lo que no hay recetas mágicas ni rápidas. El Centro para Investigaciones Económicas de Japón, ha estimado que desmontar el complejo de Fukushima costará por lo menos 15 trillones de yenes, compensar a los evacuados de tan solo 20 kilómetros a la redonda costará 630 mil millones de yenes. Demasiada carga para un país que se encontraba ya en crisis.