Hoy mi teléfono sonó en clase. No reconocí el número, pero cuando devolví la llamada, resulté con un desvío a Paquistán. Desde allí, alguien me decía que habían encontrado mi teléfono en una agenda, en la agenda de un amigo que estaba muerto.
Saleem Syed Shahzad uno de los mejores periodistas de Paquistán y corresponsal basado entre Hong Kong y Singapore, murió el martes pasado (miércoles de Tokio), y su cadáver fue encontrado en Punjab con señales de tortura. Había desaparecido desde el domingo. Su cuerpo estaba abandonado en un riachuelo.
Mientras yo andaba con la mente ocupada en Fukushima, en la suerte de las automotrices japonesas, y en mi propia vida que ya está bien complicada y difícil, Shahzad se enfrentaba a uno de los momentos más duros y definitivos de su vida.
Nadie se hace responsable, nadie acusa. Lo único que puedo decir es que Shahzad, tenía muchos enemigos. Fuente inagotable de los movimientos de los talibanes y de otros temibles grupos asiáticos, Shahzad era mi favorito. Confianza ciega. Saleem, era Saleem. No había otro igual.
Los grupos de derechos humanos dicen que sospechan de la inteligencia paquistaní que según Shahzad ya lo había amenazado antes. Los agentes paquistaníes dicen que es “absurdo”. Absurda, la muerte de Shahzad. La sospecha, totalmente fundada.
Shahzad era un tipo curtido que tenía pocos amigos en el gobierno de Paquistán, y en Afganistán. Su última confidencia, propalada por otros colegas, decía que el gobierno de Paquistán, había negociado con al-Qaeda.. sí, con al-Qaeda, la liberación de unos oficiales navales paquistaníes que estaban involucrados con la red terrorista. Shahzad decía que al romperse esas “negociaciones” al-Qaeda había atacado la base naval en Karachi el 22 de mayo. Por eso, asumir que Estados Unidos no consultara con los paquistaníes el asalto a Bin Laden era obvio.
En Paquistán como en otros países del mundo, ser periodista es una profesión increíblemente peligrosa. Mucho más en el caso de Shahzad, que nunca tuvo miramiento al denunciar a unos y a otros. Y es que para los periodistas.. como dice otro colega de Pakistán.. “el asesinato es la forma más severa de censura”.
Me embarga una tristeza infinta. No solo porque no pude tomarme un vino con Shahzad, porque no pude verlo, porque no pude escucharlo, porque no pude ayudarle, porque mis ocupaciones y mis preocupaciones me separaron de su vida, de sus angustias, de sus problemas, de sus investigaciones.
Este blog pierde una fuente importante de información. Yo, pierdo mi otra cabeza de análisis, de ese frío análisis que me ha ayudado a sobrevivir cuando las emociones me desbordan, y cuando no tengo a quien recurrir por física soledad. Pierdo mis antenas en esa conflictiva parte de Asia, pierdo al “insider” en el conflicto. Pero por encima de todo, pierdo a un valioso amigo, de esos difíciles de encontrar.
Este año, tan complicado para mí, he perdido a dos importantes. Uno español, curtido y odiado por varios en América Latina. Mientras el terremoto sacudía sin misericordia a Japón, mi amigo Joaquim perdía su lucha heróica contra el cáncer en un pueblo catalán que lo considera entre sus hijos ilustres. Hoy pierdo el corazón y la brillante mente de Saleem.
Entonces lamento no haber tenido más generosidad, no haber tenido más tiempo, no haber estado más pendiente, aunque hice lo posible, lo humanamente posible. No tengo con quien hablar. Miro a las paredes de mi casa, tan blancas como de costumbre. Lo único que parece contestar es una copa de vino que tiene tantas lágrimas en el vidrio como yo en la garganta. Es jueves.
He perdido a Saleem. Lo siento Saleem… lo siento.