sábado, 17 de marzo de 2012

JAPON: Kodokushi, morir en soledad

La gran tragedia del mundo moderno es la soledad, y en Japón es evidente. Somos millones de islas rodeadas a su vez de millones más, todas conectadas por el mismo mar, sin que lleguemos a tocarnos. Cada vez más frecuentes los titulares que dan cuenta de cadáveres abandonados a su propia suerte, semanas, quizá meses, sin que nadie eche de menos a los fallecidos.

El último caso habla de una madre de 95 años y de su hijo de 64 encontrados luego de tres semanas, ella en su futón, él en el “kotatasu” - una especie de mesa baja con calefacción, muy usada en el invierno. Antes de ellos, una familia de tres había muerto de hambre en su apartamento, sin electricidad, sin gas, ni comida en la cocina. Decía la prensa que habían pedido ayuda a un vecino, que los rechazó y les sugirió llamar a los servicios de asistencia. Antes de ellos muchos más.

El fenómeno se ha vuelto tan común, que hasta tiene una palabra específica que define ese estado de auto abandono hasta la muerte: “kodokushi” (孤独死). No hay cifras exactas. En 2005 más de 1.05 millones de hombres y 2.81 millones de mujeres mayores vivían solos. Semejante número sumado a la apatía de los ancianos a vivir en un geriátrico, crea el cultivo perfecto para apuntarse a una muerte solitaria.

Poco a poco han surgido compañías de mudanzas especializadas en este tipo de servicios. Gente especializada en limpiar los pisos de quienes acaban de morir, o por qué no, de quienes llevan varias semanas muertos. A veces la familia no quiere hacerse cargo de la “suciedad” del fallecido, otras veces, no hay a quien llamar, muchos están solos. Alguien tiene que limpiar.

Una de estas compañías de “limpieza” puede hacerse a unos 1500 contratos al año. Toda esa gente muere abandonada, en medio de la suciedad, y normalmente entre sus sábanas. Muchos, por su vejez, no pueden moverse y sienten terror o vergüenza ante la perspectiva de que un desconocido vea su estado lamentable de pobreza emocional, o física. Y es que en medio de la opulencia, da pena decirlo, muchos ancianos mueren de hambre. Esas familias japonesas grandes y unidas, antes orgullo de Japón, están en vías de extinción.

En 2008 más de 2200 ancianos murieron solos. Para 2030 1 de 3 personas en Japón serán mayores de 65 años, probablemente vivirán lejos de sus familias, no podrán acceder a los poquísimos hogares geriátricos… una perspectiva escalofriante. La situación económica tampoco ayuda. La burbuja económica colapsó, las firmas japonesas reestructuraron su nómina y aumentaron de forma impresionante los empleos de media jornada, y los contratos temporales mal pagos. Con semejantes perspectivas, muchos no pueden casarse, y su jubilación es precaria. A futuro la situación no es mejor. Si la economía antes del terremoto de Tohoku ya estaba en difíciles condiciones, ahora mucho más. Recortes en pensiones, recortes en salarios, disminución de empleo, subida en impuestos… los ancianos, no dan más.

 Los gobiernos distritales hacen lo posible por ejecutar programas para concientizar a la gente del problema, pero el éxito es discutible. Sencillamente no hay cifras. En esta época, donde todos perseguimos la eterna juventud, nadie quiere ver cadáveres y no son pocos quienes evitan bajo cualquier pretexto hablar sobre lo único que tenemos seguro todos en la vida: la muerte.

Si al leer este escrito usted es de los que piensa que por vivir en Colombia, Guatemala, Perú, España, Panamá o cualquier otro punto de Occidente está salvado, déjeme decirle que está totalmente equivocado. Ancianos solos, viviendo y mascullando su pobreza hay muchos. Mire a su alrededor, y mire bien, quizá se tope con más de uno que requiera su ayuda de forma inmediata.