2月25日
EL SUCIO NEGOCIO DE VIAJAR
Buenos días.
Alrededor de 11 000 kilómetros de distancia, si no es más, me separan entre la inclemente y organizada vida de Tokio y la tranquilidad de llegar a la ciudad donde se ha nacido así sea para criticar la contaminación en Bogotá. Algo más de 33 horas de viaje teniendo en cuenta las escalas que parecen eternas.
Siempre me han emocionado particularmente el despegue y la potencia de los motores, me han tranquilizado la velocidad de crucero y una buena copa de vino mientras miro el mapa de desplazamiento de la nave a través de mares y continentes, y me han preocupado los segundos decisivos del aterrizaje.
En esta última jornada, más larga de lo habitual por un aterrizaje de emergencia en Ancorage, Alaska, tuve tiempo de pensar a medida que el avión se aproximaba al aeropuerto en medio de una fuerte nevada. Pensaba en un planeta agonizante que se queda sin fuentes de agua dulce. Un planeta que contaminamos de la forma menos pensada. Un planeta que para mi compañero de vuelo, un chino especialista en la bolsa de valores de Shanghai, daba la gran oportunidad de hacer dinero por cuenta del desarrollo imparable del mercado asiático.
De repente me pregunté cuántos litros de combustible gastaríamos en despegar y aterrizar un jumbo 747 de última generación, 3 veces hasta nuestra insospechada parada de cuatro horas. Fue así como me enteré por otro interesante pasajero experto en combustibles del atentado ambiental que cometemos quienes viajamos en avión.
La actual industria de los viajes aéreos contribuye con un 1,6% de las emisión de gases que producen el efecto invernadero. Porcentaje mínimo pero poco convincente si tenemos en cuenta que en menos de viente años, según el Panel Internacional sobre Cambio Climático, seremos 9 mil millones de pasajeros surcando los cielos.
Cada pasajero entre Nueva York y Tokio, ida y vuelta, produce 2 400 kilogramos de carbono, y por lo menos a corto plazo será imposible bajar la vergonzosa marca. Es perfectamente posible, viajar de Bogotá a Caracas en auto o de Nueva York a Los Angeles en tren, pero un aburdo de la imaginación llegar de la misma forma a otro continente a menos de que contáramos con las propiedades de Hechizada o con la escoba maravillosa de Harry Potter.
Así que de poco me sirve a mí como individuo separar concienzudamente la basura en casa, no tener auto cuando puedo utilizar el fantástico servicio de transporte masivo japonés, si de un solo envión y dos veces al año he dejado la impresionante huella de 4 800 kilogramos de carbono en la atmósfera. ¿Cuánto dejarán los grandes ejecutivos, príncipes árabes y los mandatarios del mundo que viajan en su propio avión, llevando a tan solo un puñado de amigos o periodistas?
No hace mucho en Inglaterra las críticas fueron feroces contra el Príncipe Carlos por viajar a Estados Unidos para reclamar un premio otorgado por una prestigiosa sociedad ambientalista, argumentando que ese viaje transatlántico dejaba suficientes emisiones de carbono como para echar por tierra todo su crédito verde. En el mismo país comienzan a mirar con lupa las actuaciones de las compañías aéreas en su manejo de combustible. Solo una, Virgin Atlantic, ha comenzado a tomar medidas que aunque pequeñas son concretas. Actualmente, Branson, el magnate dueño de la aerolínea no permite que sus aviones hagan el "taxiing" o el carreteo por la pista con su propio combustible. Como hace muchos años, los aviones de VA son remolcados.
Es la era de los viajes, de la globalización. Los boletos por cuenta de la Crisis del Medio Oriente están costosos pero las actuales tarifas serán un pálido reflejo si las aerolíneas, presionadas por la ola ambientalista en contra del calentamiento global y de su responsabilidad contaminante en el planeta, decidieran cobrarnos nuestra huella de carbono. Volar señores, será muy costoso y entonces volveremos a los tiempos de los abuelos en donde solo aquellos con mucho dinero podían darse el lujo de subirse a un avión. De hecho, muchas transnacionales han limitado el número de vuelos de sus ejecutivos y prefieren contratar sistemas de comunicaciones de punta y realizar video conferencias que les solucionen el problema y ahorren costos.
Como es improbable pedir una reducción drástica en los viajes aéreos no solo en mi caso sino en muchos otros, nos queda la responsabilidad moral de subsanar en algo la cochinada que venimos dejando en la atmósfera. Me he embarcado en un proyecto personal: sembrar cierto número de árboles por cada viaje de ida y vuelta entre Tokio y Bogotá, en algún punto del Eje Cafetero -zona de mis profundos afectos-. No será gran cantidad, pero es mucho mejor que no hacer nada.
Una finca, una esquina, un pedazo de tierra es suficiente para plantar un árbol. Y a usted, mi querido lector, si se puede dar el lujo de pagar US$250 por un vuelo Bogotá-Medellín, US$300 por un vuelo Bogotá-Panamá, casi US$600 entre Bogotá y Miami, ¿Cuánto le cuesta sembrar un arbolito?
Saludos,
Soros